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La Conserva Santa Isabel de Adra (II)

El local llevaría el nombre de: Santa Isabel-Fábrica de Conservas vegetales

La extinta Conserva Santa Isabel de Adra / Andrés Aguilera

La extinta Conserva Santa Isabel de Adra / Andrés AguileraLa Voz

Pepe Cazorla
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De la carretera a la puerta principal de la fábrica apenas había unos veinte metros, que formaban una amplia plazoleta cerrada a ambos extremos por edificaciones destinadas a oficinas y a viviendas del personal administrativo. En verdad, su propietario, Fernando García Espín, hombre muy activo para poner en marcha sus ideas, jamás había pensado en crear esta industria cuya técnica le era completamente desconocida.

Ello fue, de hecho, que en unos de sus frecuentes viajes paró en una Fonda y le sirvieron de postre conserva de melocotón, al natural, que le pareció riquísima. Esto le sugirió la idea de que en Canjáyar, su pueblo, donde había frutas riquísimas y que no rendían apenas beneficios al productor, la creación de este tipo de industria abriría nuevos horizontes.

Si bien, las ganancias en principio no fueron fructíferas y una vez disuelta la sociedad en Canjáyar, se dedicó a estudiar a fondo la técnica de la industria en los centros productores, y una vez conocidos sus secretos, adquiere maquinaria moderna y suficiente personal especializado, trasladando su residencia a Adra en 1924 donde le ofrecían infinitas ventajas para su desarrollo.

El local que perteneció al Trust Azucarero llevaría el nombre de: Santa Isabel-Fábrica de Conservas vegetales; frutas y mermeladas. Constantemente se realizan obras de mejoramientos y reformas que les aproximan a la suma perfección. En su primera temporada, 1924, fabricaron unos 70.000 botes de tomate y en 1929, ya pasaban de los tres millones.

En la primera nave, amplísima, llena de luz y ventilada, estaba instalada la maquinaria para la construcción de envases. Medía esta sala 65 metros de longitud por 12 de anchura. En el lateral del segundo término se alineaban las máquinas que intervenían en la fabricación de botes, la guillotina, que cortaba rápidamente en trozos iguales las láminas de hoja de la lata, al lado otra más pequeña que corta las puntas agudas para facilitar la junta hermética, las troqueladoras que fabrican las tapas, las modernísimas que ajustan a la pestaña de la tapa una junta, además las que arrollan cilíndricamente las latas y otras pequeñas máquinas auxiliares que terminan la obra que pasa a la sección de soldadura.

Esta se practica mediante un ingenioso sistema de sopletes que permite sin producir cansancio a las dieciséis operarias que realizan esta faena que daban una producción de 50.000 envases diarios. En esta nave se podían ver instaladas otras maquinarias destinadas a mondar los guisantes y a clasificarlos, y un torno mecánico destinado a la construcción de piezas de repuesto de las distintas máquinas. Que decir que reinaba el más completo orden y todas las manipulaciones se realizaban bajo la constante vigilancia y cargo del jefe del personal, Miguel Pastor Navarro.

Contigua a ésta existe otra amplia y ventilada nave, donde funcionaban varias máquinas destinadas al tapado de envases. En este departamento se realizaba la operación de mondar los tomates, que, desde las calderas instaladas en un patio contiguo, pasaban en pequeñas bateas de maderas a las mesas donde trabajan las operarias. Esta faena, se realizaba a destajo y obteniendo salarios crecidos. Divide la gran sala una atarjea, donde se recogen todas las aguas, y diariamente se baldea toda la dependencia por medio de mangas enchufadas a grandes depósitos.

Al fondo se encontraban las grandes calderas para someter las conservas al ‘Baño maría’, operación que se realiza por medio de elevadores que corren sobre rieles colocados a conveniente altura, sobre la fila de calderas.

El jefe mecánico montaba en un ingenioso transportador, especie de cinta sin fin que transporta los botes, una vez terminado el laborioso proceso industrial, desde la fábrica al gran depósito instalado en una magnífica nave de reciente construcción, donde se preparan las cajas para las expediciones.

La producción antes de acabar 1930 es de 1.000 cajas de frutas y mermeladas; cada caja tenia 24 botes de kilo, 50 de medio kilo, o 100 de un cuarto de kilo, a gusto del cliente; 2.500 cajas de guisantes, y unas 50.000 cajas de tomate al natural. Pasta de tomate fabricaban poca, hasta que se montasen las nuevas maquinarias. Para Fernando García, el tomate que se cría en estas tierras es de clase superior, y nada tenia que envidiar a los que se cosechaban en las huertas murcianas.

Además, cuidaban mucho de conservar la clase sin que degenere, para ello, un operario especializado, en la época adecuada, se dedicaba a obtener semillas de las clases más selectas, éstas se sembraban en terrenos de la  propiedad de García Espín. Después toda la planta que necesitaban los agricultores que llevaban su producción de tomates a la fábrica, se les facilitaba de esos inmensos viveros, donde se producían anualmente, cientos de miles de plantas selectas.

Las frutas las adquirían de la Alpujarra, de calidad superior y que no estaban contaminadas por epidemias de ninguna clase. Durante la faena se trabajaba en un plan de actividades en todos los sectores de esta industria, ocupándose en los talleres unos 350 operarios, y en la época normal unos 60. Con la colaboración activa e inteligente del agente comercial, Arcadio Zea González, esta industria tenía una perfectísima organización de representantes en las primeras plazas.

La hoja de lata, el plomo y el estaño se importó en grandes cantidades de Inglaterra, pues de otra forma la construcción de los envases resultaría mucho más cara. En los almacenes de la fábrica, se podían ver, en grandes estantes, las litografías que adornan los botes de conservas, en cantidades fantásticas. Había también un botiquín de urgencia, para casos de accidentes, lo cuál era rarísimo, según el administrador general don Pedro Martínez Hernández, joven culto y activismo.

Anexo al edificio de la fábrica estaban instalados los talleres de carpintería y de mecánica, donde trabajaban obreros competentes especializados en su ramo, y la sala de máquinas, donde se producia la fuerza motriz que acciona a las distintas máquinas de los talleres. En resumen, se trataba de una industria de gran porvenir, que por su empuje, su organización y modernidad, honraba a la región donde radicaba y servía de ejemplo viviente. Luego vino la Guerra Civil y esa es otra historia en lo concerniente a la Conserva Santa Isabel de Adra.

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