Aguamarga no es Magalluf, pero las noches de sus tres días de fiesta local van camino de convertirse en ello. Autobuses de la borrachera llegan directos de Almería y otros puntos para importar bolsas de botellón y jóvenes en busca de una playa que llenar a reventar de gritos, amagos de pelea, vómitos y orina ante el escarnio de vecinos y el turismo familiar. Desembarcan cerca de la medianoche y hasta las seis de la madrugada convierten uno de los corazones del Parque Natural del Cabo de Gata en su parque de atracciones etílico, sin que nadie ataje la situación ni sus consecuencias. Habrá que preguntarse por qué no se multa a quienes deja la arena cuajada de restos y sí a quién al día siguiente es sorprendido cogiendo cangrejos. Las familias empiezan a cancelar sus días de vacaciones durante las fiestas. Se están cargando la principal fuente de ingresos de la zona. Las culpas no se repartirán tan bien como los ingresos.