La Voz de Almeria

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En estos tiempos convulsos y huérfanos de grandes personalidades, ya sea en el ámbito de la filosofía, la narrativa, el teatro, la música o el arte, pocas voces están interesadas en indagar sobre la moral y discernir entre el bien y el mal, y muchas, sin embargo, parecen más entretenidas en buscar atajos para burlar las sombras del destino. Así las cosas, no abundan artistas que trabajen en ese espacio de las ideas y el pensamiento, cuestionando lo que vociferan los sentidos. El arte ha ido escorándose cada vez más hacia lo decorativo, y lo lúdico, sin reparar en la conciencia crítica que tanta importancia tuvo mostrándonos las miserias de la condición humana. Javier Huecas es un artista comprometido con su obra ya desde sus comienzos, a principios de los años 80. 
Ahora expone en la Sala Arte 21, Los avergonzados, sus diatribas morales frente al mundo y frente a sí mismo, 28 esculturas en gres monococción, una materia que José Gómez Acosta dice que es “tierra oscura, primitiva, arcaica, casi fósil”. Y es que todo en este artista parece atávico, con esa fuerza de los orígenes. Sus esculturas nacen de una mirada herida ante el sufrimiento humano, de ahí esas 8 cabezas que cuelga a modo de trofeo, y las muecas de dolor y miedo en sus rostros. Su salvoconducto para aproximarse a la realidad es la ironía, sin  renunciar a una visión crítica y a veces trágica, oscura de la existencia. Una mirada que se avergüenza de la impunidad, la codicia, la violencia o la injusticia. Los avergonzados son el último eslabón de un hombre cuya conciencia lúcida indaga en la realidad mediante una inteligencia creadora que le permite no hundirse en las ciénagas del vivir. Sus figuras muestran el rubor y la vergüenza que hemos perdido como individuos, aquello que nos hace seres vulnerables, frágiles, pero al mismo tiempo esperanzados, porque como decía Hölderlin “nada de lo humano me es ajeno”. 
Sin duda, la interpretación que Huecas hace de la gula, el deseo, la envidia o la ostentación, tiene una dimensión plástica que va más allá de la escultura tradicional. Convierte una idea en un espacio simbólico, como la cabeza del cordero con collar de perlas, una visión especular que nos traslada a un tiempo ancestral, donde vida y muerte son dos hechos consustanciales al paso del tiempo y las riquezas una burda coartada. Su simbolismo no está exento tampoco de un fino humor al cuestionar los valores materiales, nuestros hábitos y el conformismo en el que vivimos. La fuerza de la costumbre le impide al hombre ver más allá de sus propios intereses, pero para eso están artistas como Huecas para mostrarnos los engaños y las trampas que construimos.


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