Aquellos maravillosos años
Aunque Sócrates decía que la ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades, hay ocasiones en las que es mejor no intentar minimizar los desaciertos y dejar que el tiempo y el olvido vayan borrando el recuerdo de los fallos que todos cometemos.
Pero no todo el mundo tiene la vocación de perfección que se ha autoimpuesto el Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, que para explicar su disparatada atribución de la Ley del Divorcio a su partido, se ha justificado diciendo que él entonces era un niño. Hala; muy bien Pedrito. Ahora tenemos un disparate histórico y una salida de pata de banco. También yo era un niño cuando el hombre llegó a la Luna y créanme que ya por entonces era capaz de distinguir entre Neil Armstrong y Flash Gordon. Pero lo llamativo del tema, además de la soberbia intelectual de quien es incapaz de asumir sus fallos, es la atribución de éxito y acierto perpetuo que se ha otorgado el PSOE a sí mismo, ante la sorprendente aquiescencia de muchos que no se atreven a moverse de la versión oficial de la historia que ha reescrito el PSOE. Y así, siguiendo la senda marcada por el inolvidable Zapatero, el actual secretario general del partido socialista insiste en ese manual de autosatisfacción (que tiene mucho de autosatisfacción manual) que considera que todo lo bueno, lo positivo y lo transformador lo ha traído a España el PSOE, porque sólo ellas y ellos están capacitados para generar cualquier tipo de avance social. Alguna vez he escrito que Sánchez no es más que una versión de ZP con las camisas más entalladas y cada vez está más claro que es incapaz de ofrecer algo que no sea una continuación directa de aquellos maravillosos años. Y puede que el señor Sánchez y sus asesores anden flojitos de memoria o de hemeroteca, pero la mayoría de españoles se acuerdan perfectamente de lo que supuso todo aquello.