Respeto, aprecio y dinero
Desde España, a diestra y siniestra, se ha felicitado a los británicos por su lección democrática: a los nacionalistas escoceses por su compromiso con la legalidad y a todos los ciudadanos de Escocia por acudir masivamente a las urnas. Cameron felicitó a Salmond por su reñida batalla, el líder nacionalista escocés anunció su retirada, y ahora el primer ministro del Reino re-Unido llevará a cabo su compromiso de cambiar a fondo la estructura territorial de Gran Bretaña, camino de un Estado más federal y simétrico. Tendrá problemas dentro, porque hay conservadores que se echan las manos a la cabeza, pero también recibirá apoyos desde fuera, ya que no solo los liberales apoyaron la iniciativa, sino también los laboristas. Digamos que, con matices, todos tienen un sentido de Estado, un perfil democrático impecable y que su única duda es si deben pertenecer o no a la Unión Europea. Casi nada.
Pues bien, los mismos españoles que aplaudieron tanta democracia resulta que en casa no hacen los deberes, sino más bien a la española o a la catalana, que no es exactamente lo mismo. Menudo espectáculo, por ejemplo, verlos jugar a las agachadas este fin de semana a cuenta de la convocatoria del 9-N. Desde Madrid se dice que no le pueden permitir votar a los catalanes como hicieron los escoceses porque no lo admite la Constitución; lo que no dicen es que puede pactarse un cambio de la Carta Magna. Y desde Barcelona se afea la conducta de Rajoy porque no permite la consulta, sin reparar en las restricciones legales y sacando pecho con la Diada.
Hablemos claro: salvo al final de la campaña escocesa, nadie temió por el resultado. Cameron fue más guai y se enrolló mejor que Rajoy porque cuando firmó con Salmond la convocatoria legal del referéndum del 18-S partía con una ventaja de 40 puntos. Rajoy no abre la mano con el pretexto constitucional porque es sabedor del riesgo que corre: la marea independentista catalana es más fuerte que la escocesa. Y más interclasista. El problema, como reconoce incluso Albert Rivera, es político, no es solo legal. La solución al problema catalán exige respeto, aprecio y dinero. Solo así podría esperarse que algún día quienes gobiernan en Madrid y Barcelona sean guais. Como Cameron y Salmond, quienes ya saben que el pacto no es peor que el secesionismo. ¿O no?