La Voz de Almeria

Opinión

Las ambigüedades calculadas

Las palabras no son inocentes, nos llegan impregnadas de los intereses clasistas de quienes las pronuncian

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Como cuando nos referimos al vaso medio lleno o medio vacío suscitando un campo de alternancia que lo mismo puede ser positiva o negativa, así también en el lenguaje ordinario vamos creando frases de doble cola. Piénsese, por ejemplo, en ésta: la justicia es igual para todos. Un millonario a quien se le imputa cualquier delito puede recurre a los mejores abogados para defenderse mientras que un robagallinas se las tiene que ver ,y no siempre, con un picapleitos de oficio. Las consecuencias de carácter punitivo está claro que difieren bastante. Por lo que hace a la corrupción de los partidos oímos bastante la frase anunciadora de la conciencia tranquila junto al ferviente deseo de colaborar con la justicia. Ahora bien, si resulta que la policía jurídica, con permiso del juez, acaba de registrar la sede sospechando que ha habido destrucción de pruebas. la consabida colaboración suena a cuerno quemado. ¿Qué decir, por tanto, de la noticia más machaconamente teledirigida del año que pasó? En plan macro es posible que se vislumbren algunos signos de recuperación pero si descendemos a lo micro y preguntamos a un parado, la impresión será muy distinta. A través de las distintas épocas el poder político ha sabido siempre utilizar para su fortalecimiento la técnica ambigua. Recordemos aquellos sindicatos de Franco. Para huir de la agresividad obrera enfrentada siempre a los empresarios dieron con el sintagma adecuado haciendo “productores” a los representantes del trabajo. En esta línea de calculada ambiguedad estaría también el contrato con finiquito de la Cospedal o el crecimiento desacelerado de Montoro En nuestro siglo de oro se hacía un consumo sin tasa de la palabra hideputa. En boca de Sancho Panza no tenía el significado hiriente que puede tener ahora. Solo utilizándola en forma familiar y no sin cierto carácter afectuoso se toleraría. Quiere decirse que las palabras no son inocentes, nos llegan impregnadas de los intereses clasistas de quienes las pronuncian. Bajo una retórica empalagosa de bien común y altruismo, vemos cómo pasa el tiempo y se termina nunca con los paraísos fiscales ni con el impuesto a los ricos. El poder tiene un recurso que casi nunca falla: hablar de transparencia y de reformar la democracia.


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