Proyectaron un hotel. Confort y lujo en el mismo rompeolas, pero acabaron levantando un símbolo. Sin saberlo, los promotores del Algarrobico acabaron plantando en la playa de Carboneras un tótem para homenajear y reconocer la estupidez humana, igual que Kubrick clavó un monolito ante una manada de desconcertados primates.

El hotel, o lo que sea ya eso, podrá ser más o menos oportuno o más o menos hermoso, pero lo que no tiene vuelta de hoja es que es un edificio perfectamente legal en su concepción y desarrollo. Con todas las licencias y los permisos en orden, los promotores siguieron construyendo hasta que los mismos que les habían dado los permisos consideraron (la prioridad del beneficio y el aprovechamiento decayó ante las pancartas) que aquello era un error. Y llevamos años chillando y manoteando como monos desorientados en torno al esqueleto del hotel fantasma sin que nadie asuma su responsabilidad, bien por dejación, bien por cambio de criterio, sobre el mamotreto. Y lo peor no es eso, sino los ejercicios de impostación medioambiental de cuantos claman por la demolición exigiéndosela siempre a otra administración. Especialmente bochornosa está resultando en este asunto la actitud de la Junta de Andalucía, primero autorizando y después condenando el proyecto.

Ahora bien, a todo este festival de despropósitos le faltaba, quizás, una guinda con la que coronar el pastelazo: pues bien, por si faltaba algo, Izquierda Unida acaba de “instar” a la Junta de Andalucía a que derribe de una vez el Algarrobico. Es decir, que la coalición que sostiene al PSOE en el gobierno de la Junta y forma parte del gobierno de la Junta, pide a la propia Junta que actúe. De locos. Y de caraduras, claro. Pero lo más surrealista vendrá cuando al final se decidan a inaugurarlo. Al tiempo.