Almería, sus ricos y sus pobres
La fotografía del poder adquisitivo capitalino es como una colmena que nunca se mueve

Imagen de archivo del Paseo de Almería, donde se concentran las mayores rentas de la ciudad, según Hacienda.
Hace cien años, la fotografía habría sido la misma: El Paseo, donde viven los ricos de Almería; La Chanca y El Alquián, donde viven los más pobres. La meritocracia no cuenta; cuenta más la herencia, en Almería y en Crimea. La plutocracia almeriense se cronifica. Es un hecho. Los números lo avalan. La Agencia Tributaria y su Informe sobre Declaraciones de IRPF por barrios, publicado ayer, lo avalan. No valen los méritos. Por lo que parece, la meritocracia, después de un siglo, no ha meneado la colmena. Los hijos de los que más ganaban en Almería siguen siendo los que más ganan y viven en los mismos sitios que sus padres, porque la vivienda es mayor capital que la aptitud; y los hijos de los que menos ganaban, excepciones aparte, siguen siendo los que menos ganan y siguen viviendo en los mismos barrios que sus padres y sus abuelos. No han cambiado mucho las cosas en Almería en un siglo. En la Rambla, en El Paseo, en la Catedral, la gente gana de media más de 40.000 euros, en La Chanca o entre los jabegotes de El Alquián, justo la mitad (20.000). Así era cuando se publicaba La Crónica Meridional y se vestía paletó. Y así sigue siendo. Hubo un tiempo hace unas décadas en el que el esfuerzo tenía recompensa de cara a ascender en la escala, en aquellos años en los que un padre decía a un hijo: “Estudia y serás un hombre de provecho”. Ahora un padre o una madre, ve a un hijo tirado en la cama con casi 30 años, sin horizonte.
La falta de oportunidades -no en todos los casos- ha convertido a Almería -también en el resto de las provincias- en una fábrica de eternos adolescentes pendientes de sus padres; una nómina de muchachos, la generación más formada de la historia, que, incluso con trabajo, no puede comprar una casa, no puede formar una familia. Sin embargo, los hijos de los que viven en La Rambla o en El Paseo, tendrán la vivienda al menos para perpetuar el rol de sus padres. El Colegio de Notarios de Andalucía daba hace una semana el siguiente dato: En Almería se han triplicado las donaciones inmobiliarias de padres a hijos. No hay problemas de trabajo, hay problemas para que los treintañeros almerienses -no digamos los veinteañeros- puedan formar un hogar.
Lo dice el mapa de la renta por barrios: el ascensor social, el ascensor económico en Almería es una ficción. Los ricos actuales, los que más ganan, los que disfrutan de una mayor renta, tienen los mismos genes que los que lo eran hace cien años. Existe una igualdad de oportunidades que es ilusoria que transita por las venas de la ciudad paralela a la verdadera realidad inmovilista, salvo algunas que otras excepciones: gente que pega el salto por sus condiciones naturales, por un talento imparable, por golpes de azar. Eso también existe. Pero Almería, esa antigua ciudad de menestrales, de chicas de servicio, sigue siendo la misma: el arco que va de la tienda de Pronovias a la Rambla Maromeros; a pesar del progreso y de todo lo que se quiera disimular.