La melodía de la nostalgia, el mal que mina el progreso de Almería
Carta del director

La peatonalización del Paseo de Almería es una de las obras más importantes que tiene en marcha la capital dentro de su transformación.
Escribió Gerald Brenan en su conmovedor Al Sur de Granada que el Paseo de Almería era un escenario en el que, como un ritornelo interminable, todos los días del año se representaba la misma ópera protagonizada siempre por los mismos actores. Una ciudad en la que, como dibujaba con su habitual maestría Eduardo de Vicente en su contra del miércoles, “el Colón fue, junto al Español, el gran café de la posguerra, donde en las tardes de invierno el humo del tabaco y el vapor del café iban dejando en el ambiente ese vaho de melancolía tan característico de aquel tiempo. Las tertulias se alargaban hasta la caída de la tarde, cuando la voz del presentador de sala anunciaba: “Con todos ustedes, el gran Quinteto Castillo y sus bellas señoritas”. Tres actuaciones cada tarde y los festivos cuatro para que no faltara la música”.
El Quinteto Castillo y sus bellas señoritas un día se bajaron del escenario, pero aquella melodía de melancolía continúa sonando en la memoria sentimental de muchos almerienses que encuentran en la nostalgia del pasado el mejor escenario sobre el que construir el futuro.
Solo así se entiende que, ante cualquier innovación que se plantee en la ciudad, no sean pocos los que se atrincheren en la defensa de un pentagrama que ya no sonará más porque hace años que dejó de existir.
Parapetados en la mística resignada del “necesitamos poco, y, lo poco que necesitamos, lo necesitamos poco” cualquier cambio que se proyecte es percibido como una agresión. Hay en la ciudad una filosofía compartida de que cualquier tiempo pasado fue mejor y es a esa coartada a la que se acogen los que en su permanente búsqueda del tiempo perdido no son conscientes de que la añoranza que sienten no es por el paisaje de aquella Almería de entonces, sino por la felicidad que sintieron en aquel paisaje. Como escribió Antonio Gala, no se ama un paisaje, se ama el momento en el que se fue feliz en ese paisaje.
La ciudad está ahora en un estado de obras frenético. El Paseo, el soterramiento, el puerto… Almería está salpicada por una arquitectura de hierro y hormigón que hace inevitable la perturbación de la vida ciudadana. El tráfico, los cortes de calles, el ruido, la suciedad es el precio que hay que pagar cuando los nuevo sustituye a lo viejo. La historia de las grandes ciudades y de los pueblos más pequeños nos ha enseñado que entre el pasado y el futuro hay un trecho por el que nunca será cómodo transitar.
Al contrario que en los pueblos de la provincia, en la capital existe un conservadurismo reactivo ante cualquier cambio. Da igual cuando y donde sea. Aquí las fuerzas vivas siempre han preferido una ciudad muerta.
Pasó con la llegada del Pryca, el Alcampo y el Torrecárdenas, que iban a hundir el pequeño negocio; los parkings subterráneos, porque aquí se podía aparcar en cualquier calle; la organización de los Juegos Mediterráneos estaba condenada a ser un fracaso; la peatonalización de la calle Reyes Católicos y su entorno, condenaba al desastre a los comercios que allí estaban; los arreglos de la Alcazaba, porque rompían la tradición; el uso de la Hoya como escenario de conciertos; la plaza de la catedral; el proyecto Puerto- Ciudad; la urbanización del Toyo, la recuperación del Cable Inglés… en fin, la lista podría ser interminable. Todo iba a ser un caos.
Pero el apocalipsis no ha llegado. Cualquier decisión ha mejorado la situación anterior. De esta realidad debían aprender quienes toman las decisiones, desde la alcaldesa a la última y al último responsable de la gestión del espacio público, y actuar en consecuencia. Hagan las cosas y háganlas bien. Y no se queden a medias. En la peatonalización total del Paseo tienen la próxima prueba.