El negocio de la infelicidad
La infelicidad es un gran negocio. He reunido información económica y financiera suficiente como para estar seguro de que se trata de un sector con grandes expectativas en cuanto a beneficios esperados. El negocio de la infelicidad sin límite promete poderosos planes de expansión que se basan no ya en un nicho de mercado, sino en una descomunal necrópolis.
Millones de personas están dispuestas a comprar infelicidad para acumularla junto a la que ya poseen, convencidos de que el éxito social y el prestigio sin fronteras que se extiende por las redes sociales se basa en la decepción, el miedo y el odio.
Millones de personas que aspiran a la infelicidad creyendo que la consiguen gratis no son conscientes de que están pagando un alto precio por esa mercancía inmaterial que circula libremente por los circuitos virtuales de esta cadena de valor. La infelicidad tiene un precio que millones de personas están dispuestas a pagar sin darse cuenta. Basta con disponerlo todo para convertir en moneda de uso corriente el flujo invisible de dinero que circula en el gran negocio de la infelicidad. En dinero contante y sonante.
Basta observar con detenimiento cómo se comportan a diario quienes se autocondenan a trabajos forzados o se someten a la tortura de inquietantes máquinas que habrían hecho las delicias de los inquisidores. Incluso, pagando religiosamente una cuota para recibir tales castigos. Basta recorrer los gimnasios de la ciudad para contrastar dicho extremo. Todas estas personas son compradores de infelicidad disimulada dentro de artificiosos envoltorios para que sea consumida sin rechistar.
Decenas de millones de personas buscan con ahínco aquello que les produce trastornos emocionales para encadenarse a la búsqueda de soluciones que se eternizan. Decenas de millones de personas se afanan en reunir la información necesaria para deshacerse de las últimas esperanzas. Ahí está el negocio. En proporcionar productos que impulsen esa preferencia revelada por tantísimas personas y que ha quedado patente en esos billones de datos obtenidos con solo pulsar una tecla.
Quienes no han sucumbido a las tentaciones de la infelicidad se están convirtiendo en personas sospechosas que inspiran poca confianza, de modo que existen razones poderosas para decantarse por abrazarla cuanto antes. Es en esta propensión universalizada donde radica el potencial de esta gallina de los huevos de oro que es la infelicidad.
Sin embargo, es preciso realizar un análisis previo para establecer un adecuado plan de negocio que recoja con detalle todos los parámetros que determinan la oferta y la demanda; los costes y la facturación esperada, así como la más precisa definición del producto de manera que no se confunda nunca la infelicidad con un trastorno pasajero o con un signo de debilidad.
Es evidente que toda esta reflexión sobre el negocio de la infelicidad no es más que una insensatez, una pérdida de tiempo y de esperanza a partes iguales. Pero, ¿y si estuviese en lo cierto y la infelicidad fuese un negocio normalizado a través de poderosas empresas capaces de reventar al alza el Dow Jones y el Nikkei? O el Ibex 35.