El pueblo de Almería sobre el que nadie debe poner sus sucias manos
Carta del director

Carboneras, antes de que fuera derribada la chimenea.
No sé si será el único, pero Carboneras es el municipio almeriense al que el ruido y los intereses trufados de egoísmo personal o partidista más está entorpeciendo su desarrollo.
Enclavado en un territorio indefinido y en inevitable contradicción entre la belleza del Parque Natural y su elección, hace decenios, como lugar estratégico para el desarrollo industrial, Carboneras ha vivido desde entonces en un cruce de caminos sobre el que todos opinan mucho, pero nadie hace nada.
El paroxismo de esta contradicción entre lo que se dijo entonces, se dice ahora, se hizo entonces y se quiere hacer ahora, tiene su máxima expresión en El Algarrobico. Han pasado casi 25 años desde que se iniciara la andadura del hotel más famoso de España y, sin que se haya alojado en el ningún huésped, ha ocupado más espacio en los medios de comunicación que el Palace o el Ritz en sus más de cien años de vida.
Aquel olvidado pueblo de pescadores del que solo comenzó a hablarse más allá de los extramuros de la provincia cuando la primera populista de la radio clamaba con cinismo contra el pecado, el demonio y la carne desde el púlpito de su Encarna de Noche, aquel municipio atormentado de sol y rastrojeras del que nadie sabía nada y del que nunca nadie se ocupó, comenzó a derrotar la maldición a la que la geografía y el olvido le habían condenado cuando llegaron Endesa y Holcim, dos grandes empresas que crearon centenares de puestos de trabajo desde los años 80 a través de sus instalaciones industriales y sus puertos. Alrededor de 500 empleos directos e indirectos, con la repercusión que esa creación de empleo proyectó en todas las áreas económicas del municipio, desde la construcción hasta el consumo en su más amplio espectro.
La llegada de dos trasatlánticos industriales con las características de las instalaciones imprescindibles para sus procesos de producción tuvo un coste medioambiental y estético imposible de ignorar. El progreso tiene costes, y es en la ponderación entre los costes que provoca y los beneficios que genera desde donde se debe analizar y valorar la idoneidad o no de un proyecto.
Es evidente que la visión de unas chimeneas inmensas enclavadas junto a ese bellísimo Mediterráneo del Parque Natural nunca fue una aportación indiferente al paisaje. Generó formidables beneficios a las empresas, pero también a las familias que, si hasta entonces se habían situado en los últimos puestos del ranking de renta provincial, pasaron a encabezarlo. La contradicción entre el progreso económico y la estética nunca es una compañía cómoda y aquí no fue una excepción. Pero aquellas catedrales industriales con sus torres propias del gótico electrocementero tardío ya son historia.
El pasado nunca vuelve y si, como dijo Woody Allen, lo que más debe interesar siempre es el futuro, porque es donde vamos a pasar el resto de nuestra vida, a lo que hay que prestar atención ahora es a construir sobre aquel paisaje ya inexistente un escenario de progreso en el que la desaparición de la antigua arqueología industrial abra el camino a la creación de un espacio de generación de riqueza en el que pueda hacerse realidad un polo de desarrollo en el que el carbón de las antiguas térmicas y cementeras sea sustituido por una reindustrialización basada en la economía verde y en la economía azul. Ya hay un plan elaborado por todas las administraciones y la UAL, y los proyectos interesados en instalarse superan los mil millones de euros en inversión y la creación de seiscientos puestos de trabajo directos. En la actualidad no existe en toda Andalucía un proyecto global basado en la nueva economía con más impacto que el de Carboneras.
El Plan Carboneras – llamado técnicamente Futur-e- ya ha atraído seis proyectos sobre economía azul, acuicultura, biocombustibles y logística con una inversión prevista de 600 millones de euros y la creación de más de 200 empleos directos.
Este es el presente, pero no el futuro. Para que ese presente se haga realidad en el futuro próximo es imprescindible que los intereses tribales de familias, burócratas, oportunistas, partidos o instituciones no pongan sus sucias manos sobre lo que está por llegar. Es el tiempo de la cooperación razonada, no de la obstrucción envenenada. De tener altura de miras, no de jugar a la ruleta rusa con un proyecto que puede situar a la provincia en el rentable escaparate de la nueva economía. Lo hemos hecho en la industria agroalimentaria, en la sostenibilidad turística de nuestros parques naturales y paisajes únicos en el mundo y en la innovación en el sector de la piedra, ¿por qué renunciar entonces a otro nuevo escaparate que tanto puede beneficiar la imagen poliédrica de una provincia que, además de su histórico pasado, tiene un espléndido futuro?
Pónganse todos de acuerdo y no condenen a un pueblo al limbo del burocratismo y la inutilidad. Que nadie ponga sus sucias manos sobre ese futuro de Carboneras.