Seis productos en los que Almería conquista el mundo y (casi) ningún español lo sabe

Almería, un “país” habitado por setecientas mil personas.
¿Qué pensarían los españoles de un “país” que habitado por setecientas mil personas fuese campeón del mundo en exportación de berenjena y subcampeón mundial en exportación de sandía, pepino, pimiento y calabacín y, además, estar en el pódium en producción de tomate? ¿Y cómo valorarían que a ese pequeño “país” solo le superara en esas exportaciones un gran país como es México, con más de ciento treinta millones de habitantes? Y, para cerrar este triángulo de interrogantes, ¿qué opinión le provocaría saber que ese “país” produce más productos vegetales que Alemania, Grecia o Portugal? Tres preguntas distintas y una sola respuesta verdadera.
Pero no corran a buscar en la Wikipedia la respuesta. La tienen en la puerta de su casa y en los informes oficiales de Cajamar: Almería.
El sábado 22 de febrero, este periódico celebró la Fiesta del Tomate. Miles de personas encontraron en La Rambla un espejo en el que, estando tan cerca de los ojos, a veces está tan lejos de la mirada que nos acerca al conocimiento. Una realidad que no hemos sabido poner en valor, todavía, en el espacio de su auténtica dimensión.
Sostiene la experiencia que si alguien escucha a tres personas hablando y un habla bien de Sevilla puede apostar diez contra uno que, quien lo hace, es sevillano; si la segunda persona habla mal de Sevilla, quien lo hace es malagueño; y si la tercera habla mal de Almería, no duden que es almeriense. Como toda generalización la defensa de esta teoría puede resultar exagerada; pero no tanto, no tanto.
A veces pienso qué dirían los sevillanos de sus agricultores si hubiesen alcanzado el nivel de excelencia que tienen los productos almerienses y, además, lo hubieran cosechado en un clima hostil, una geografía endemoniada y una agenda de olvidos institucionales insultante. Que nadie busque en esta comparación una crítica al orgullo sevillano; en todo caso una moderada y razonable envidia hacia quienes miran a su entorno con un nivel de identificación y orgullo sobre el que no hay que caer en la desmesura de la exhibición, pero, mucho menos, en el masoquismo de castigarse con los inevitables perfiles de sombra que toda transformación radical, por muy luminosa que sea, lleva aparejados.
Por eso resulta sorprendente que los apocalípticos de profesión solo utilicen sus trompetas para disparar con estruendo aspectos reales o inventados sobre los errores que se cometen. Vayamos con algunos ejemplos.
Comenzando por el más inmediato que se ha situado en el foco mediático, ¿alguien ha reparado en que la odisea interminable del Algarrobico ha ocupado en los últimos veinte años muchísimo más espacio informativo y más decisiones institucionales que la riqueza inmensa y única que embellece el Parque Natural Cabo de Gata- Níjar? El hotel de Carboneras se ha convertido- o mejor: lo han convertido- en un icono de la barbarie medioambiental que se ha cometido en las costas españolas. No es censurable. Lo censurable es que quienes tanto claman contra el Algarrobico no han sido capaces de levantar una sola voz contra las miles de barbaries medioambientales que se han cometido y se comenten en las costas españolas.
Como no es razonable que haya francotiradores racistas apostados en las redes sociales y representantes políticos fanatizados y estúpidos que, en lugar de reconocer la convivencia razonable con que comparten trabajo, calle y aula los almerienses de origen almeriense y los almeriense de origen extranjero, se dediquen un día y otro y otro y el siguiente y así hasta la eternidad, a anunciar una invasión cultural que solo ellas y ellos ven en su imaginario delirante. Son tan cretinos que, para ellos, la celebración durante dos horas del final de Ramadán en una explanada pone en riesgo los diez días que los católicos llenamos con centenares de miles de enamorados de la Semana Santa las calles y los barrios de todos y cada uno de los pueblos y ciudades de la provincia y de España.
O, por cerrar el círculo desde la otra orilla ideológica, los que solo ven bajo los plásticos de la provincia las situaciones de explotación que se dan- sí, que se dan todavía, no nos equivoquemos-, pero son incapaces de doblar la esquina de sus prejuicios ideológicos y contemplar que son muchos más, muchísimos más, los que desempeñan su trabajo en igualdad de condiciones con sus vecinos de invernadero, almacén o servicios sociales.
Almería es un territorio con problemas, injusticias laborales y deficiencias que hay que resolver con urgencia. Pero es, también y a la par, una provincia de la que podemos sentirnos orgullosos.
A lo mejor no hay que abandonarse al enamoramiento que los sevillanos sienten por Sevilla (o quizá sí), pero, por lo menos vamos a quererla y a querernos.
Es tan justo lo pedido y es tan poco que hay que ser tonto o tonta para no darse cuenta de lo que se ha hecho, se hace y se puede hacer.