La Voz de Almeria

Opinión

La historia de Ana Castillo Lázaro y la otra Desbandá

Los días frenéticos del 37: los que sufrieron también hicieron sufrir

Almería, 12 de febrero de 1937, la Desbandá en las calles de Almería.

Almería, 12 de febrero de 1937, la Desbandá en las calles de Almería.

Manuel León
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Málaga, 7 de febrero de 1937: una mujer llamada Ana Castillo Lázaro, acompañada de su marido, Manuel León Gaitán, de oficio pescador, hace un hatillo con unas pocas pertenencias de su casucha de La Malagueta y escapa asustada, como tantos miles, por la carretera hacia Almería. Iba llena de pavor, dentro de una columna humana que se alejaba de su ciudad camino a lo desconocido; iba aterrorizada por lo que contaban de los moros de Franco, de que habían llegado a Málaga arrancando los ojos a los hombres y los pechos a las mujeres; pero pasando El Palo, con el perfil de las chimeneas de Huelin en el horizonte, oyendo tronar los primeros cañones artillados desde el mar, Ana le dijo a Manuel: “Nos volvemos a nuestra casa”. Iba Ana sin apenas suela en las alpargatas y con el vientre inflamado de cinco meses de embarazo. No quiso seguir, no pudo seguir, por ese hijo que llevaba dentro, y al que quiso proteger, por encima de todo, de los bombarderos del Canarias y del Baleares, de esa mortaja llena de cadáveres y de charcos de sangre en la que se estaba convirtiéndose el éxodo de más de 100.000 malagueños. Volvieron Ana y Manuel a su casa de La Malagueta, a una ciudad vacía en la que todo el mundo había huido. Estuvieron quince días sin salir a la calle comiendo de un saco de boniatos que les quedaba y alimentando a su hijo de forma vicaria con esa sangre de boniato, como aquellas cebollas con la que Josefina Manresa alimentaba al hijo de aquel malogrado poeta de Orihuela.

Fueron una excepción los que se dieron la vuelta. La mayoría siguió adelante por la carretera a pesar de la metralla que les llovía desde el mar sin ningún tipo de piedad. Algunos eran milicianos, otros militares, pero la mayor parte de esa colmena de abejas asustadas eran familias, niños, ancianos, población civil, cercada por los bombardeos asesinos. Fue un genocidio en el que fueron lapidados más de 3.000 malagueños en un paisaje espantoso retratado, milagrosamente, por la cámara del médico canadiense Norman Bethune.

Cuando esa caravana de desharrapados llegó a la ciudad de La Alcazaba unos días después, desnutridos, famélicos, no estaba Almería para muchas carantoñas. Entraron por el Parque casi 100.000 malagueños como una marabunta buscando pan y agua. El Gobernador Civil hizo unas lentejas populares en el Cuartel, aún no había llegado lo más cruel del desabastecimiento. Pero pronto, como era previsible, llegaron los problemas a una ciudad que, de la noche a la mañana, duplicó su población.

Hay un honesto relato de los hechos del historiador Francisco Miguel Guerrero, con fuentes primarias, sobre esos frenéticos días de La Desbandá en Almería; hay un contrapunto al buenismo malagueño que matiza, que quita blancos y negros, que conviene también conocer. No todos eran ángeles en esa caravana de la muerte, en ninguna caravana lo son todos. Junto a ancianos malheridos y a madres con hijos asustados y a hombres cabales que solo trataban de sobrevivir; junto a esa corporación de vecinos malagueños, de familias que solo querían vivir en paz y que todo aquello acabara, hubo también milicianos destructores como relata la prensa de la época y los bandos del gobernador almeriense Gabriel Morón

Como muestra, un botón extraído de la prensa y del archivo judicial: “en Adra, componentes de la Desbandá asesinaron a Enrique Fernández, labrador de Rio Chico y a dos vecinos del Campo de Dalías, José Palmero Escobar y Salvador Delgado “por ser sospechosos de ser de derechas”. “Mas de veinte negocios y 22 domicilios fueron saqueados”; en la capital almeriense, Amancio Landín denunció la ocupación de su vivienda en la calle Arapiles y Antonio Montesinos, la suya en la Plaza del Carmen; “los malagueños echaron la puerta abajo del Casino y destrozaron la biblioteca, el salón de baile y los retretes”; “en el puerto asaltaron barrilerías y negocios como el de Pedro Alemán y Almacenes El Aguila de Alfredo Pérez”; “se colaron en el Instituto y causaron destrozos en los gabinetes utilizándolos como leña para cocinar”, en la Catedral destrozaron el Cristo de la Escucha y dos órganos cuyos tubos vendieron como metal, quitándole la cabeza a los doce apóstoles que rodeaban el altar”. Gabriel Morón intentó desarmar a los milicianos de la Desbandá, significativamente anarquistas, pero sin éxito. Todo se fue apaciguando conforme fueron continuando ruta hacia Levante. Corolario: Los que sufrieron, también hicieron sufrir. 

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