La Voz de Almeria

Opinión

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Es demasiado sabido que el poder suele rodearse de una fauna servil e hipócrita, pensada para aplaudir al jefe o simplemente para animar el cotarro cuando la comedia carece de interés. Los partidos políticos que todavía conservan algo de su origen industrial (recuerden la polea o la rueda dentada) son un penúltimo ejemplo. El miércoles, mientras Rajoy hacia la autopsia al cadáver en que nos hemos convertido e incluso también a su propia autopsia, mientras estaba diciendo que lo debemos             casi todo sin más solución que perder soberanía ("no tenemos libertad"), la banca popular aplaudía a su presidente.


Nunca habíamos asistido a un velatorio donde la familia lo celebrara como una fiesta. Rubalcaba destacó la injusticia de los recortes; Erkoreka insistió en que Rajoy acababa de firmar su 10 de mayo zapateril;  el portavoz de IU habló de gasolina por las calles y el resto de portavoces tampoco contribuyó a dibujar un panorama más halagüeño. Los peperos, en cambio, como quien oye llover. De vez en cuando sea ponían a batir palmas y alguien recordaría que aquello más que un entierro era una fiesta flamenca. Pero no queda aquí la cosa. Fuera de las Cortes había una manifestación de funcionarios protestando por la rebaja de sueldo y por la salida que este gobierno le está dando a la crisis. Los mineros del carbón después de su caminata de gigantes llenaron de gritos Madrid frente al Ministerio de Industria y perdían algo los nervios frente a  la policía. He aquí una nueva visión de las dos Españas. La de los trabajadores exasperados y la de Rajoy que ya lleva seis meses helándonos el corazón.


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