La Voz de Almeria

Opinión

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Creo que fue Ortega (el compañero de Gasset, como probablemente pensarán las víctimas de la LOGSE) el que escribió que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía. Al margen de la autoría de tan certera frase creo que en la actualidad no existe empeño más melancólico para un almeriense que perorar o debatir acerca del soterramiento de las vías del tren. ¡Menudo tostón! De entrada diré que hemos sucumbido al término, puesto que no hemos dudado en introducirlo en nuestro lenguaje cotidiano a pesar de lo lóbrego de sus resonancias y a su cavernosa sonoridad de cripta. Después de veinte años de cansina e infructuosa discusión, seguimos en el mismo punto que estábamos inicialmente, salvo por haber llevado el concepto “soterramiento” a las barras de los bares: una de chérigan y otra de soterramiento. Aprecien lo pellejero del balance. Así que perdónenme si no me lanzo a la refriega habitual de las culpas acumuladas, las ocasiones perdidas y los plazos prorrogados, pero creo ya que va siendo hora de asumir que va a resultar más fácil ver volar a una cabra sobre Oliveros que ver el soterramiento. Soterrar o no soterrar; he ahí la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma,  sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y, oponiéndose a ellas, encontrar el fin? Que Shakespeare me perdone, pero Almería está ahora como Hamlet en la almena, en doliente soliloquio sobre el destino, preguntándose si es mejor morir, dormir o soñar el soterramiento. Yo, por mi parte, lo tengo claro desde hace años: llevemos la estación al Puche y punto final al psicodrama.


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