La Voz de Almeria

Opinión

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La Niña de las Risas y su amiga Cara de Ajo forman un dueto bipolar que oscila entre la permanente felicidad de una y la amargura ibérica de la otra. ¿Cómo y cuando se formó la extraña pareja? No dejo de preguntármelo. Durante un tiempo pensé que la triste iba con su amiga por compasión y que esta padecía un espasmo nervioso, que la hacía vivir tronchada por una gracia que nadie la había hecho y por un espíritu de jolgorio, fuera de lugar y a destiempo.


Aunque Rita la de las risas no tiene enfermedad alguna y esa euforia alegre no es un trastorno, ni una  patología incurable. Sólo está aquejada de la dolencia de la vida, como cualquiera, pero este dolor no la somete, ni es capaz de vencerla y ella sigue contenta, envuelta en ese regocijo placentero que siempre la persigue. Me gustaría acompañarla, ser una sombra apacible para ella,  una sombra que prefiere estar entre quienes sonríen, que entre aquellos que les falta tiempo para hablar de una desgracia, un contratiempo convertido en catástrofe o la conspicua enumeración de males y miserias infinitas.


Como las dos eran forasteras y sus familias no eran de aquí, circulaban varías leyendas urbanas: la más alucinada afirma que son hermanas, que sus padres murieron en un accidente y ellas no tuvieron ni un rasguño, pero sus cerebros se quedaron tocados, con una locura desigual, pues si una parecía la mujer más dichosa, la otra rezumaba pena. Las teorías trágicas son bien acogidas, pero a mí no me convencían.


También decían, que Cara de Ajo era parte de los cuidados que el millonario padre de Rita pagaba para que la protegiera de su propensión a los excesos y a los juegos peligrosos. Por eso un día le pregunté a la inexpresiva Cara de Ajo, ¿quienes sois? La Niña de Las Risas y la Cara de Ajo, una servidora. Contestó con una mala leche proverbial como si supiera de mi interés por conocer su historia sabiendo que aquella respuesta me fastidiaba.


Esperé una oportunidad para preguntar a Rita la risueña, pero la fui dejando pasar, convencido que bien poco importa desentrañar el misterio de esta actitud para gozar a carcajadas. Hace un par de noches las vi en un concierto flamenco, Rita iba de la mano de un hombre negro, sólo dejaba de reírse cuando él la besaba. Cara de Ajo parecía absorta, embelesada con el cantaor y aquellas letrillas: “la vida es un laberinto, aunque el amor siempre va por delante/ decía mi madre, mi madre decía…”.


Quizá, la explicación la tenía en esa letra. Todos estábamos perdidos en ese laberinto, menos La Niña de las Risas, que no dejaba de mirarnos y vernos aturdidos, recorrer el mismo sendero que se bifurca a un lado y otro, cuando ella ya estaba en la salida. Estaba allí porque simplemente había decidido no entrar en el laberinto y si alguna vez entró, el amor siempre fue por delante, como decía la sabia madre de aquel cantaor.


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