Otra cosa no, pero la ministra Teresa Ribero tiene una cartera, la de Transición Ecológica, que rivaliza en elegancia y sonoridad con los productos de marroquinería más finos de las marcas más exclusivas. Lo de Medio Ambiente suena incompleto e insuficiente. Otra cosa es que alguien sepa explicar con precisión qué demonios es eso de la transición ecológica, que así a primer bote me parece ver una foto de Adolfo Suárez virada en verde. Pero no les hablo hoy de eso. Les hablo del irreparable daño que el discurso políticamente correcto ha causado en todos los que se han dejado abducir por la melosidad del mensaje y no dudan en emplearlo y emplearla a todas horas con el fin de progresar en el escalafón de los notorios o bien hacerse perdonar comportamientos señalados y contraindicados por el ayatolismo sintáctico reinante. La otra mañana, la ministra de la cosa ésta se dejó caer ante un micrófono y, en rueda de prensa, habló de las “familias monomarentales”, alumbrando así un nuevo sueño de la razón progre, que como todos los visitantes del Prado saben, acaba produciendo aguafuertes y otras delicuescencias. Ya sé que este párrafo puede parecer excesivo, obsoleto y hasta presuntuoso, pero no sería mala cosa que algún edecán o adlátere de la ministra ecotransicional le recordase que “parental” no hace referencia al padre (pater, en latín) sino del verbo latino “parere”, que quiere decir dar a luz, engendrar, etcétera. Es decir, que aquí no hay heteropatriarcado o yugo escrotal que nos haga abominar de un término para prohibirlo por falócrata, sino un simple uso lingüístico del español, ese idioma que entre un buen número y númera de idiotos e idiotas están empeñados en destrozar a base de extrañas imposiciones, ocurrencias y majaderías. En definitiva, conviene separar conceptos y concluir que si bien la paridad es necesaria, su defensa no nos debe hacer incurrir en la parida, que aunque suenen parecido, son dos cosas muy diferentes.