La tiranía de las redes sociales
El poeta romano Horacio, un aristócrata de la inteligencia y el saber, dejó escrita en una de sus obras (Odas III,1,1) una lapidaria frase que por su cruda expresión hoy nos parecería absolutamente rechazable. Aquel Odi profanum vulgus et arceo (odio al vulgo profano y lo aparto de mi) con que comienza el libro tercero de sus odas traduce su desprecio por los aplausos de la muchedumbre y la búsqueda solo del buen gusto y del reconocimiento de los iniciados.No cabe duda de que se trata de un pensamiento elitista que hoy consideraríamos anti humano y anti democrático pero que en el fondo encierra el dilema de una elección responsable: o damos la razón y nos adherimos a lo mejor, o preferimos y nos aliamos con lo más numeroso.
Esta reflexión que enfrenta dos maneras diferentes de enjuiciar la realidad ya encontró una respuesta en otro adagio latino de autor desconocido numerantur sententiae, non ponderantur (los votos se cuentan, no se pesan), contrapeso que ahora sí, llamamos democrático.
Entre estos dos planteamientos ¿Es posible encontrar un equilibrio?
Al menos se puede intentar si aceptamos el principio fundamental de la capacidad reflexiva del ser humano. Es posible, si entendemos y creemos que en cualquier toma de decisión, los hombres (en sentido filosófico, no sexista) someten a criterio su decisión final, libres de la presión con el que el ambiente mediático les agobia. Pero tal supuesto, en la situación actual, ya resulta un esfuerzo sobrehumano.
No es ya sólo el torrente de información, muchas veces contradictoria, que los medios ponen a nuestro alcance a través de prensa escrita, digital, radios y televisiones. Una información que al fin y a la postre ofrece la posibilidad del contraste y que en la inmensa mayoría de los casos tiene una base racional.
El problema, la gran tragedia, es la desinformación o información visceral que se encuentra en las llamadas “redes sociales”. Las redes sociales que en su inmensidad expansiva atraviesan en todas direcciones el tejido social, tienen la enorme capacidad de crear verdades virtuales, mentiras con ropaje de verdad, fantasías irracionales y, en definitiva, sustanciar un estado de opinión entre el profanum vulgus que decía Horacio. De esta manera se puede convertir en un genio a un autentico zoquete, en un santo a un desvergonzado, en un emprendedor ejemplar a quien no ha sido sino un aprovechado circunstancial, en un genio de la política a un pequeño ambicioso, etc. etc.
No me importa avanzar contra corriente si considero que las redes sociales, en su inmensa mayoría, son el terreno propicio para el aprovechamiento del pícaro avispado que busca notoriedad y réditos de todo tipo por el atajo de la difusión engañosa y sin que en el fondo de la mercancía que pretende vender haya el más mínimo esfuerzo creativo.
Este es el caso más notorio de los que en un estúpido anglicismo se denominan “influenzers” (no sé si lo he escrito bien ni me interesa), que revestidos de un áurea casi mística pretenden vender etéreas opiniones e intimidades personales con las que esperan obtener a través de su autopromoción un “prosaico” beneficio económico.
¿Es esto lícito? Evidentemente siempre que en un mercado libre haya quien se lo compre. Pero los buenos negocios se hacen cuando se ha examinado adecuadamente la mercancía que se pretende adquirir. Yo, una vez visto lo visto, como decía Horacio, arceo, me aparto.
P.D. También me parecen un gran engaño las consultas y votaciones a través de la red sin haber proporcionado previamente conocimiento del asunto y seguridad necesarios. Auspiciar desde la demagogia participativa este sistema puede ocultar y ahogar realidades incontestables. Ensalzar en exceso y humillar en demasía.