La Voz de Almeria

Opinión

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Somos un amasijo de células, un tejido nervioso y un ectoplasma de neuronas circulantes entre una envoltura de músculos y un armazón de huesos, que nos sostienen en pie, una carnalidad erguida que reivindicamos como humanidad.


La sociedad es un propósito humano, una invención de los seres provocada por su instinto gregario, por la elección entre la soledad y la compañía. Esto indica que en nuestro cuerpo, debe haber en algún lugar ignoto una célula que ha heredado esa voluntad de comprometernos unos junto a otros, de abordar proyectos colectivos y superar la individualidad. Esta pulsión nos ha llevado a formas clanes, tribus, patrias, naciones y otras formas elementales o complejas, para estar y subsistir como colectivo, por la convicción o la seguridad de definirnos entre los semejantes o como dijo el poeta, porque así tomados de uno a uno no somos nada, ni somos nadie, sólo polvo en el camino. Hace unos días leí en una revista de divulgación científica, el artículo de Sergei Hansen, un neurobiólogo de la Universidad del Yale, en sus escritos, el investigador asegura haber encontrado esa célula escondida y que hasta ahora la ciencia no había logrado analizar para desentrañar sus misterios.


Ha bautizado esa composición proteica con el nombre de la Arcadia Feliz, por mito griego que describe aquel lugar entre las montañas y valles frondosos, repletos de todos lo frutos de la naturaleza, gentes hospitalarias, inocentes y llenas de paz espiritual, y lo llama con este nombre, pues al parecer entre los átomos de la célula abunda en una proporción del 99% una sustancia idéntica a la que en nuestro cerebro produce buenas sensaciones; bienestar, felicidad, gozo y que el otro 1%, encontramos una dopamina, que es un neurotransmisor responsable de las adicciones.


Lo sorprendente del hallazgo es que por razones incomprensibles a la luz de la lógica, la razón, la proporción y la cuantía, ese insignificante y pequeño porcentaje, prevalece sobre el resto. Aunque es más abundante está atrofiado, es decir que aunque siga estando, es algo que no transmite ninguna sensación, algo parecido a la piel que ha mudado una serpiente y que encontramos enganchada entre los matorrales de un páramo desierto.


La conclusión parece clara, tenemos aún una voluntad social, pero sólo como consecuencia de una adicción remota, que ha marcado nuestro mapa genético, pero la marca esencial, ese 99% se ha diluido entre los laberintos de nuestro mapa genético y ha perdido intensidad. Dicho a la llana, vivo a tu lado pero no tengo nada contigo, somos como una infinita comunidad de propietarios mal avenida, pero en ningún caso una comunidad dichosa de ser eso, comunidad. Sergei Hansen, explica al final del ensayo, que una vez hubo concluido su investigación, pensó que sería mejor llamar a su hallazgo: “Arcadia triste”, pero no cambio el nombre por tener un poco de esperanza y suele mantener el primer nombre que ha elegido aunque estuviera equivocado.


Y aunque todo esto es un cuento, sólo es cuestión de tiempo para que sea verdad.


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