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Nuestros discursos en público (I)

Nuestros discursos en público (I)

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Muchas personas hemos sentido en algún momento la necesidad de preparar un discurso de veinte, treinta o más minutos. En general, suele ser un trámite no muy atractivo, pues la elaboración y la posterior exposición pueden crear en cualquiera de nosotros muchas dudas con respecto a lo acertado o no de lo que estamos haciendo. Entre las consideraciones que podríamos apuntar para su elaboración, posiblemente ninguna otra sería tan decisiva como el orden. Son pocas las citas famosas que considere más desacertada que una de Montaigne. El humanista francés, personaje tan influyente en la Europa de la segunda mitad del siglo XVI, afirmó en alguna de sus obras lo siguiente “Virtud triste y sombría es el orden”. La mala fortuna, pienso yo, hizo que tal disparate se fuera introduciendo en los diccionarios más conocidos de frases gloriosas. Es posible que yo no haya entendido bien qué significa lo dicho; ahora bien, si realmente es lo que cabe pensar que es, no deja de parecerme uno de los juicios más disparatados que jamás haya oído. Sobre este mismo tema, más próximas al sentido común me parecieron las ideas de Farías. ¿Que quién es Farías? Es el entrenador de la selección venezolana de fútbol, también llamada vinotinto, y que fue la ‘vencedora moral’ de la Copa de América, celebrada en julio pasado en Argentina. Entre las frases que entonces emitió el citado seleccionador, dos me parecieron muy significativas; la primera es esta: “Decidí ser entrenador, prepararme para organizar porque veía desparramarse el talento por la falta de planificación, de orden”. Y la segunda, esta otra: “Primero tienes que ser un equipo ordenado y luego intentarlo. Conseguirlo ya depende de más factores”. Un buen discurso en público, como ocurre con el equipo de Farías, ha de crearse desde el orden. Este se ha de acompañar de la claridad y de la amenidad, si queremos que nuestros oyentes puedan seguir más fácilmente la elocución. Decir lo que nos vaya viniendo a la mente es huir hacia un precipicio. Aunque tal ordenación dependerá del tipo del género discursivo, la más habitual es la denominada clásica, ya fijada en la oratoria griega; esta dispone lo dicho en tres apartados: presentación, desarrollo y cierre. La duración aproximada de cada una de estas partes (10/15%, 80/70% y 10/15%) no es, sin embargo, proporcional a su importancia. Señalaba Quintiliano, junto a Isócrates el mejor profesor de Retórica del mundo antiguo, que si bien el orador ha de tender en todas las partes del discurso a mantener vivos los sentimientos, esta preocupación deberá ser mayor al inicio de su intervención y, de manera muy especial, en la peroración final, parte dominada por la amplificación. Dicho lo dicho, cuando decidamos preparar nuestro discurso no hemos de olvidar este consejo que suelen dar los tratadistas del tema: “construya una buena presentación y un buen cierre, y a partir de ahí, casi puede permitirse el lujo de insertar cualquier tema algo interesante y ordenado en medio”. Hay buena parte de verdad en ello, pues en la presentación no está solo lo que decimos -que tiene una gran importancia para el resto de la intervención- sino que, en el caso de que el público nos esté oyendo por primera vez, nos estamos dando a conocer como personas, como ponentes; ofrecemos nuestra primera imagen, y esa será difícil poder cambiarla posteriormente. Los primeros minutos, además de cruciales, son difíciles y comprometidos para el hablante. El nerviosismo suele siempre estar presente; por ello se recomienda a quienes preparan sus discursos o conferencias que empiecen con alguna cuestión que la hayan preparado y ensayado previamente, a la par que pueda resultar interesante para los oyentes. El inicio, por tanto, hay que llevarlo bien entrenado, aunque se pueda hacer ver que ha surgido sobre la marcha, cuando uno llegaba al lugar del acto o cuando vio a determinados amigos antes de la actuación. Si cualquier ponente inicia esta parte con titubeos, con dudas, con incoherencias, la travesía será un suplicio para los oyentes y para él mismo. Tan importante

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