La Voz de Almeria

Opinión

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Compruebo, no sin inquietud, el peso y la fuerza que las redes sociales están cobrando como elemento nutriente del discurso informativo de la prensa escrita. Es cierto que el cambio, que es un proceso natural, ha transformado el modo en que recibimos y procesamos la información, pero no es menos cierto que la supervivencia del papel pasa por diferenciarse en fondo y forma del permanente menú de inmediatez que los medios electrónicos ofrecen. Antes mediaba un tiempo razonable entre el momento en que se escribía y el momento en que se publicaba, lo cual ofrecía margen para la reflexión, para una segunda lectura más sosegada o, simplemente para que las cosas fueran poniéndose en su sitio. Ahora no es así, y vemos a diario que los periódicos beben con avidez del goteo incesante de tuiteros conocidos y anónimos, que pueblan las redes con ocurrencias, insidias o con lo que en tiempos analógicos conocimos como masturbación mental. De hecho, la calle ya ha dejado de ser el principal banco de pesca de las noticias y ahora se lanza la caña en los perfiles de políticos e instituciones a la espera de llevarse algo al cesto. El futuro dirá si mis temores tienen alguna base, pero creo que dar carta de naturaleza informativa a todo ese universo de minucias es como pensar que el plancton tiene las mismas posibilidades gastronómicas que la merluza.  Y es que leer al día siguiente lo que has visto antes en tu teléfono o en tu ordenador es un pésimo reclamo de cara al sostenimiento económico del carísimo engranaje que supone que lo escrito en tu libreta de reportero acabe horas después en los rodillos de impresión. Quizás todo esto forme parte del signo de los tiempos. Como muestra de rebeldía, que cada uno haga lo que pueda o sienta por el papel de toda la vida. Sin ir más lejos, yo no cuelgo en las redes columnas que no hayan salido antes del vientre tibio de la rotativa. Qué menos.


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