Aristides Gómez Ruiz
Aristides, ante todo y sobre todo, un hombre bueno
Javier Pérez Y no es un querer ensalzar a la persona que ya no está, si no mas bien, reconocer su figura de hombre básicamente bueno. Estando en vida, no ha sido persona que le gustaran para nada los halagos y los elogios hacia su persona, por pura sencillez. Era persona de pasar por la vida sin hacerse notar, sin molestar a nadie, de pasar desapercibido. A todos los que hemos tenido la suerte de cruzarnos en su vida con él, nos ha dejado una huella difícil de borrar, por su percepción tan peculiar de tomarse la vida. Algunas veces, hemos llegado a casa quejándonos de cualquier enfado que nos había surgido con alguien, soltando por nuestra boca los improperios propios de la disputa en cuestión, a lo que él siempre sentenciaba, al mas puro estilo de Gandhi, “...LA MEJOR PALABRA, LA QUE NO SE DICE...”, que (aunque no era religioso), era un poco como lo de poner la otra mejilla, que decía Jesucristo. A no ser que fuera en los enfados propios de su infancia, pues según me cuentan, fue un niño un tanto inquieto y travieso, no sé le conoce nadie que se haya enfadado con él. Su mayor virtud ha sido siempre “AYUDAR”, ayudar en el mas amplio sentido de la palabra, ayudar a toda persona que con él se cruzara, a veces incluso antes de que te dieras cuenta que ibas a necesitar ayuda, ahí estaba Aristides para hacer que tu problema no fuera tal problema, muchos de vosotros sabéis lo que os digo. Cuanto mas ayudaba, mas feliz se sentía, con ese don de bondad que le caracterizaba. Su gran pasión, eso si, siempre después de LA FAMILIA, fue la carpintería y el bricolage. ¿Quien, de los que se han cruzado con él en su vida, no tienen algún banquito, o algún cacharrito de los que primorosamente solía hacer en su taller?. Como dijo su hija Olga en el funeral, donde quiera que esté, nos lo imaginaremos, arreglándole la bicicleta, cualquier patinete o juguete a quien lo necesitara, como solía hacerlo hasta su fallecimiento. Nos ha preparado para todo a lo largo de su vida, hasta nos ha preparado de algún modo, para este momento de su marcha. Aunque es muy grande el hueco que ha dejado entre nosotros y resulta duro pensar que ya no está. El recuerdo de su felicidad y el testimonio de todas las personas que se han cruzado en su vida, nos hace que esté todavía entre nosotros, así como siempre ha estado, sin hacerse notar, sin molestar a nadie, pasando desapercibido, pero casi notando su aliento en nuestra nuca.