El mar de otoño
El mar de otoño
Vivo en un pueblo que tiene ya todos los vicios de la gran ciudad, o sea, tráfico, ruidos, precios elevados, agua malísima. En compensación hay también una bajada al mar. La mayoría de los que aquí pasamos nuestra vida no estamos por el mar de Ulises ni mucho menos por al agitado, peligroso y siempre imprevisible mar de los pescadores, sino por el mar del turista, es decir por el de la tranquilidad. Cuando llega el otoño la playa queda sola. A lo sumo se ve en ella algún ser solitario de esos que van contra corriente y que vienen al mar para una cura de reposo.
A ese “outsider” quiero unirme en esta mañana de primeros de octubre cuando mi país está hecho un verdadero lío. Por ahí fuera piden ya el rescate. Rajoy llama a los presidentes de las autonomías para hacerse la foto y dar en el extranjero el pego de la concordia. Pero de concordia, en realidad, poco. Esto es una corrala de vecinos mal avenidos. El País Vasco a lo suyo; Cataluña, a lo suyo también. Los socialistas, incrédulos y distantes, y por si algo faltara, hasta los barones del PP murmuran por debajo de la mesa por la iniquidad clasista de los presupuestos. ¡ Buena la hicísteis entre todos, políticos, terroristas del dinero, especuladores, hampones del tanto por ciento, mercanchifles de toda laya y demás ralea! Un corte de mangas pues, aunque sea por un día, a la prima de riesgo, al ajuste de cuentas de la derecha, al copago, a la buena dirección que nadie ve. No quiero saber nada de vosotros, augures del porvenir, vendedores de promesas siempre de parte del capital, sempiternos sembradores de dolor. Dejarme siquiera mirar el color de los castaños mientras voy bajando hacia el paseo marítimo. Mañana puede ser otro día y tal vez haya alguna esperanza en las hojas que el viento arrastra mientras leo a Kavafis, pero hoy, silencio, no quiero nada con vosotros. Como en el verso de Manuel Machado.: “ para mi pobre vida fatigada/ el mar, el mar, y no pensar en nada.