Rifá y la sidra El Gaitero

Ver al amo de 14 hoteles con una botella barata fue como ver el humo antes que el fuego

Miguel Rifá y su esposa Milagros en Casa Puga, meses antes de empezar su calvario financiero.
Miguel Rifá y su esposa Milagros en Casa Puga, meses antes de empezar su calvario financiero.
Manuel León
23:26 • 13 sept. 2023

Fue como ver a un esquimal en el Sáhara; uno intuyó que algo no iba bien en las finanzas de este catalán divertido e informal  cuando lo vimos en la Navidad de 2012 comprando sidra El Gaitero, junto a su mujer Milagros, en las estanterías del Carrefour de la Avenida del Mediterráneo, en vez de ese helado Möet en cubitera con el que hasta unos meses antes solía brindar en su despacho privado de Reina Regente. Ahí estaba el poderoso Rifá, el amo de 14 hoteles, comprando una botella proletaria para  esa Nochebuena.  Esa damajuana de sidra fue el humo que permitió adivinar el fuego que vino: más de 40  millones de deuda al fisco, presunto alzamiento de bienes y evasión de capitales y cierre de establecimientos como el Gran Hotel que dejó en la calle a 13 trabajadores de un día para otro. Ha sido -supongo que aún lo es- Miguel Rifá i Soler un tipo simpático, de risa floja, cercano en el trato, pero eso no le exime de su podredumbre como empresario que ha disparado con pólvora de rey y de su poco tacto financiero al quedarse desplumado apostando casi toda su fortuna en las acciones preferentes del Banco Popular que le dieron la puntilla. Uno lo ve ahora en el banquillo de la Audiencia y parece que está por allí de paso, que el peso de la ley no va con él; uno tiene la impresión de que Rifá es un trampantojo del propio Rifá.



Este empresario octogenario, hoy en el filo de la navaja, llegó con ímpetu juvenil a la Almería y al Aguadulce de 1973, con el asesoramiento de un hermano diestro en judicatura. En esos años, Rifá empezó a hacerse leyenda, siendo recibido por gobernadores y ministros. Compró el Gran Hotel por 22 millones que nunca pagó, compró los hoteles de Ávila Rojas, el Indálico, el Embajador, diseñó un hotel con encanto en la Compañía de María, la Plaza del Mar, centros comerciales, hasta quiso meterse en el negocio de los cementerios. Un ciclón de cheques y talones de dudoso cobro, porque en la rifa de Rifá nunca tocaba premio. Por eso, cuando se le vio deambulando por el híper con una botella barata camino de la caja, uno intuyó que en Almería se rifaba un pufo de muchos millones, como terminó ocurriendo.









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