La televisión, las televisiones

La batalla de las dos Españas no puede, no debe, trasladarse a la información

Fernando Jáuregui
09:00 • 28 sept. 2022

La dimisión del presidente de RTVE, José Manuel Pérez Tornero, es, claro, sintomática. Accedió al cargo mediante una especie de oposición, que seguí atentamente en el Senado, hace poco más de año y medio. Me pareció un sistema mejor que el ‘digital’ hasta entonces vigente para designar a quien iba a mandar en ‘el ente’. Ahora dicen que ha perdido la confianza del partido que gobierna y, sobre todo, de su coaligado, y ha sido empujado a dimitir, aislado como estaba en el ‘pirulí’ de la Casa. Como si mantener el favor de quien ejerce el gobierno, y no los resultados de una gestión, fuese lo fundamental para ejercer un cargo que exige, de acuerdo con la teoría y el sentido común, ante todo imparcialidad e independencia.



Soy partidario, contra algunas cosas que estoy oyendo estos días, de una televisión pública. Controlada por el Parlamento y por los organismos profesionales. Pero reconozco las continuas injerencias del poder político -no hablo solamente, es obvio, de este Ejecutivo_en la programación y, a veces, hasta en la selección de informadores. También hay que decir que las injerencias recaen sobre todos los otros poderes, el Legislativo y el Judicial también. Y, por tanto, el mediático y hasta el económico, llegando quien manda hasta el punto de dividir al país en ‘ricos’ y ‘pobres’.






Hemos iniciado una guerra de todos contra todos. O de una mitad de España contra la otra mitad. En todos los ámbitos, y ahora ya hemos visto palmariamente que también en la tele pública, aunque ya sabíamos cómo discurrían allí, tiempo ha (¿desde siempre?) las aguas. La batalla de las dos Españas no puede, no debe, trasladarse a la información, pública o privada. Creo que RTVE tiene magníficos profesionales que hacen un buen periodismo, constreñido por las limitaciones que algunas mentes estrechas quieren imponer a un medio público, del que todos quieren aprovecharse.



Este es el marco que alberga la dimisión forzada de Pérez Tornero, un buen catedrático y un especialista al que conocía desde antes de acceder al cargo. No sé quién le sustituirá, ni cómo. Creo que la sociedad debe exigir que el estatuto de independencia que se quiso dar a la televisión y la radio públicas debe ser una realidad más allá del papel que lo sustenta y que ahora vale lo que el papel mojado. Los medios públicos, y me atrevo a decir que tampoco los privados, no pueden ser un vehículo para ganar o perder elecciones: eso no es.



Sin conocer demasiado bien las trituradoras que funcionan a pleno rendimiento en el vientre de ‘la casa’, lamento mucho, por lo que significa, la marcha de Tornero, que sin duda habrá cometido errores bajo presión y no habrá podido culminar aciertos porque no se lo han permitido.





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