Cambio de muebles

Esas sillas, algunas de liliputienses dimensiones, serán pacto de chatarras y desguaces

José Luis Masegosa
09:00 • 12 sept. 2022

Hoy pudo ser ayer, pero ayer no pudo ser hoy porque hoy la vida muta para los miles de escolares de diferentes niveles educativos que se incorporan a la actividad escolar. En las vísperas de esta jornada, histórica para los pequeños que pisan por vez primera un aula, tropecé en una de las calles próximas a un colegio urbano con dos carromatos cargados hasta la copa con numerosas sillas verdes, que eran arrastrados, no sin dificultad, por dos ciudadanos rumanos que habían encontrado en esta golosa mercancía una suerte de desechos, maná para el sustento diario de sus familias.



Esas sillas, algunas de liliputienses dimensiones, serán pacto de chatarras y desguaces  que les harán perder su trazabilidad como mobiliario escolar y, consecuentemente, con su desaparición morirán los nombres y la memoria albergada de quienes un día, un curso, unos años, fueron sus dignos ocupantes. La inusual estampa callejera me alumbró una primera impresión: cambio de muebles, pensé. Y, en efecto, cambio de muebles en las aulas que hoy acogerán flamantes a los nuevos inquilinos, quienes, como este mobiliario, como  estas sillas, hoy experimentarán un cambio de vida que se traducirá, entre otras cosas, en la modificación de ciertos hábitos y costumbres, en la pérdida de libertad y en el reencuentro con nuevos rostros con nombre. Como sus sillas, estos escolares encontrarán también un día que borrará su memoria y su vida, que serán pacto de chatarras y desguaces.



Como cada inicio de curso, el azar y las evocaciones me llevan a descubrir con asombro, entre un laberinto de papel, el “Cuaderno de los niños” utilizado por mis compañeros de aquella escuela de mi pueblo de  mediados de los sesenta, atendida por mi progenitor, donde mascábamos la tiza y nos impregnaba la tinta, donde alimentábamos los recreos con leche en polvo y queso de la “ayuda” americana, y en la que se formaron tantas generaciones de paisanos, con aciertos y errores, con mejor o menor resultado, pero nunca dejó de ser un referente educativo para las nutridas promociones de escolares de la posguerra y del tardofranquismo que por allí pasaron.



Entre las sepias páginas del añejo cuaderno “Ancla” se deslizan los dictados, las redacciones, los copiados e ilustraciones que de la más variada temática dejamos impresos la treintena de alumnos de aquella clase que nos reveló una suerte de google, la Enciclopedia Álvarez en sus diferentes grados, un santo y seña pedagógico hecho a la medida de aquellos tiempos que atesoraba un amplio abanico de todo tipo de disciplinas, englobadas en ciencias y humanidades, sin olvidar, por supuesto, la obligatoria dosis de formación sobre el régimen imperante entonces. 



En aquellos textos hilvanados con no poco esfuerzo y sus correspondientes dibujos quedó archivada la candidez de nuestra niñez. La misma que he vislumbrado en los pupitres de doble asiento de madera y tarima de listones, en la pizarra y mapas físico y geográfico de la España de una escuela que hoy parece de ficción. Unos pupitres y un mobiliario que fueron arrumbados en desvencijados desvanes y almacenes, aunque en algunos casos pudieron ser rescatados por sus lejanos usuarios. Viejos pupitres teñidos de tinta que hoy son testigos silentes de una escuela que nadie debe olvidar, como tampoco debemos olvidar a quienes fueron sus dignos responsables: los maestros, cuyas enseñanzas habitan en cuanto hoy somos.






Y porque para muchos niños de entonces, pese a todos los peros, aquellos fueron los pupitres de nuestra niñez, los pupitres de una escuela feliz con colas del patio donde aguardábamos la llegada del maestro. En aquel ritual cotidiano muchos escolares de entonces aprendimos a compartir los valores de la amistad y del compañerismo, pero también de la solidaridad en un país gris y sumiso en donde el hambre acechaba por doquier. Aquel tiempo no permitía el cambio de mobiliario al inicio del curso. Aquellos sencillos y primitivos muebles debían acoger a muchas generaciones de usuarios antes de pasar a mejor vida. Entonces no era factible un cambio de muebles, como el que ahora realizan algunos centros educativos, aunque sí nos cambiaba la vida.




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