Francisco Alcaraz, la pintura como poética

Fue el indaliano más cosmopolita, tan afrancesado y al mismo tiempo tan almeriense

Francisco Alcaraz, en su visita a Almería en el verano de 2015.
Francisco Alcaraz, en su visita a Almería en el verano de 2015. La Voz
Ramón Crespo
07:00 • 24 ago. 2020

El pasado 21 de agosto, viernes, murió a la edad de 94 años, Francisco Alcaraz (Almería 1926-Madrid, 2020), el último de los indalianos. Vivía desde hace ya algún tiempo en un pueblo de la sierra madrileña, Garganta de los Montes, apartado del mundo, y recordando cada una de las historias que protagonizó durante su larga y azarosa vida. Alcaraz fue el último testigo de esa generación de pintores (Perceval, Capuleto, Cañadas, Cantón Checa, Rueda y López Díaz) que a mediados de los años 40 sitúan Almería a la vanguardia de la pintura española. Fue el indaliano más cosmopolita de todo el grupo, tan afrancesado y al mismo tiempo tan almeriense. Su vida, su obra, constituyen un ejemplo de artista vocacional, ya desde su infancia y juventud. 



En el otoño de 1948 viaja a Madrid con motivo de la inauguración del VI salón de los Once, una exposición donde participa junto a sus seis compañeros indalianos y Federico Castellón, muestra histórica por la trascendencia y el reconocimiento que la pintura almeriense tiene entre los prebostes del arte español, incluido Eugenio d´Ors. Finalizada la exposición Alcaraz ya no regresará a Almería. Una diáspora que lo lleva primero a París, gracias a una beca que obtiene del gobierno francés, donde reside, desde 1950 a 1963, ocupándose en mil tareas, además de la pintura, sobre todo en la restauración y la talla de marcos. En sus primeros años parisinos reside en el Colegio de España y es el secretario de la artista cubana Loló Soldevila. A finales de 1951, la mujer de Alcaraz y sus dos hijos se reúnen con él en Paris, entonces fija su residencia en la rue Arseline, en el barrio de Montparnasse, aunque sigue frecuentando el Colegio de España. También es un asiduo de los cafés de la bohemia, sobre todo del restaurante de la rue des Grans Agustins, propiedad de Arnau, un catalán francés, muy amigo de los pintores españoles. Allí conoce a Picasso, Alberti, Dominguín, Jean Cocteau, María Casares, Pedro Flores, hay un interesante retrato que le hace el artista murciano en una noche de bohemia, y también al malagueño Joaquín Peinado.



Alcaraz se relaciona con los pintores españoles de la Escuela de París, y conoce a un sinfín de personajes como Camus y Malraux. Es conocida la anécdota de su encuentro con el ministro de Cultura francés interesado en la exposición que Alcaraz presenta en una galería parisina. Sus paisajes almerienses le recuerdan el viaje a Almería, en 1939, al encuentro de un piloto de su famosa escuadra cuyo avión fue abatido por cazas italianos. En aquel París, Alcaraz que había aprovechado, como sus otros jóvenes compañeros indalianos las enseñanzas del maestro Perceval, completa su formación con visitas a museos de la ciudad y entre conversaciones con artistas e intelectuales. Recuerdo ahora la correspondencia del almeriense con Joaquín Peinado, la amistad que los unió, durante años y años, y alguna visita a su paisano Ginés Parra. 



Regreso a España



En 1963, Alcaraz regresa a España y elige la ciudad de Madrid que lo acoge como a un hijo, como también lo hizo el Café Gijón y por mucho tiempo. Vive muy cerca del famoso café, en una curiosa buhardilla de la calle Prim que visitamos en el año 2005 junto a Juan Manuel Bonet, cuando preparábamos la exposición Los indalianos, una aventura almeriense,1945-1951, organizada por el Ayuntamiento de Roquetas de Mar. En la mesa del Gijón que compartía con Capuleto, Cañadas y Beppo, trató a lo más granado de aquel Madrid que resurgía de una larguísima posguerra. Amigo de sus amigos, fue, sin duda un gran conversador, un excelente tertuliano. Su regreso a España coincide con una nueva etapa en su pintura, en la que una pincelada ágil y suelta esboza las figuras y los paisajes sin apenas materia. Alcaraz expone, entonces, en la madrileña Galería Macarrón, con texto de presentación de Enrique Azcoaga, uno de los mejores críticos de la época. De 1963 a 1967 trabaja en el Casón del Buen Retiro y en los inicios del Instituto Central de Restauración, y sigue pintando y exponiendo. Una imagen de la Chanca, muy a lo Dufy, es la imagen del cartel de su siguiente exposición en la galería Quixote y es que Almería sigue muy presente en su memoria. 



Después será la exposición Indaliana en el Círculo de Bellas Artes, que conmemora el 20 aniversario, 1947 -1967, del grupo, y más tarde en la Sala Goya, también en el Círculo, El marco en el arte, cuadros de grandes pintores con marcos tallados expresamente por Alcaraz. Durante esos años el artista también se prodiga en los cursos de verano, en Santander, donde imparte varias conferencias sobre técnicas de restauración, y participa en la creación de la Escuela de Restauración del Monasterio de Regina Coeli. Son años de intensa vida, de aquí para allá. De nuevo expone, ahora en la galería Insa y en la galería Richelieu, con críticas del almeriense, Antonio Manuel Campoy y Manuel Vicent, respectivamente. El escritor y crítico valenciano titula su artículo sobre la obra de Francisco Alcaraz: la pintura como poética. La misma poética que comparte con Peralta en una originalísima exposición de marionetas y lienzos, también en Círculo de Bellas Artes. 



Siguen las exposiciones individuales: Madrid, Gijón, París, Oviedo, etc. En 1975, en la galería Forma2, Alcaraz homenajea a su querido y admirado Goya con una reinterpretación interesantísima de los Caprichos. Después restaura en la Catedral de Almería una Inmaculada de Murillo y dos tablas, un Ecce Homo y una Anunciación atribuidas a Machuca, para iniciar desde Almería un largo recorrido que lo lleva, durante dos años, por Estados Unidos (Dallas-Texas), Méjico y Brasil. A su regreso a España, en 1978, expone en la sala de la Caja de Ahorros de Almería, además de restaurar varias piezas del patrimonio artístico almeriense.



Bohemio, inquieto, generoso, el almeriense vive años después en su retiro de Saldaña de Ayllón, un pueblo de la provincia de Segovia, en una casa estudio, donde pinta paisajes con un ojo puesto en las tierras de Castilla y otro en las de su Almería natal. Allí en Saldaña lo visitamos un verano del año 2006 acompañados por Capuleto y su mujer Lucía Jaramillo. En aquel lugar se sentía feliz, y cuando echaba de menos la gran ciudad regresaba a su querido Madrid. 


Homenaje en vida

En febrero de 2014, la Diputación de Almería organiza la exposición Francisco Alcaraz, la vida de un pintor. El homenaje merecido y en vida a un artista excepcional. Gádor Sánchez Barazas y quien esto escribe fuimos los comisarios de esa exposición, y autores del catálogo editado por el Instituto de Estudios Almerienses, que recoge un amplio estudio sobre la biografía y la obra del pintor. Para documentarme sobre su extensa trayectoria artística pasé varios días en su casa de Garganta de los Montes. Recuerdo el frío intenso y la chimenea encendida todo el día. Convivir con el artista, rastrear en su archivo, me dio la oportunidad de conocer mejor al artista, pero sobre todo al hombre. La exposición recorrió varios lugares de la provincia, después de la inauguración en Almería, se pudo ver en las salas del Auditorio de Roquetas de Mar y posteriormente en el Museo de Adra.  Alcaraz estuvo presente en las tres inauguraciones, infatigable, ilusionado, como un joven pintor. Con él paseamos por nuestra ciudad, recorrimos los lugares de su juventud, y compartimos infinidad de anécdotas, Alcaraz tenía muy buena  memoria. Su vitalidad era inusual en una persona de su edad y creo que en esos días pudo sentir el afecto y la admiración de numerosos artistas almerienses, y por supuesto de sus paisanos. 


En el año 2017 llegará el reconocimiento del Colegio de España, en Paris, que organiza dentro de los actos programados con motivo de la celebración del 30 aniversario de su reapertura, una exposición con los mismos 15 artistas residentes en el Colegio que expusieron sus obras en el año 1952. Hasta París viajo nuestro Alcaraz, con 91 años, acompañado de su hijo.  Fue una de sus últimas exposiciones, aunque después ha seguido recibiendo homenajes en distintos lugares, sobre todo en su pueblo de adopción Garganta de los Montes.


Con la muerte de Francisco Alcaraz se va el último representante del movimiento indaliano, un grupo de pintores que destacó entre sus coetáneos por la calidad y singularidad de sus obras, más allá de las componendas políticas, propias de la época, de las que nadie quedaba excluido. Pero con los indalianos la cultura almeriense vivió unos años de esplendor, sobre todo durante el periodo de 1945 a 1951, luego cada uno siguió su rumbo. Sin embargo, gracias a los indalianos y a personajes como Perceval y Celia Viñas, una ciudad de provincias como Almería se dio a conocer en Madrid y en toda España. Y me pregunto, cuánto de ese ambiente cultural almeriense no influyó en AFAL que sólo unos años después marca el rumbo de la renovación de la fotografía en España. 


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