Nunca el silencio

Última entrega de relatos está dedicada a la actriz almeriense Conchita Robles

La actriz Conchita Robles fue asesinada sobre el escenario del Teatro Cervantes.
La actriz Conchita Robles fue asesinada sobre el escenario del Teatro Cervantes. La Voz
Mar de los Ríos
07:00 • 11 ago. 2018

Acaba de terminar el primer acto. El Teatro Cervantes se viene abajo entre los aplausos de un público entregado. Concha hace el primer mutis por el foro. Le espera su asistente en el camerino. Bebe un poco de agua, se seca el sudor frío de los nervios del arranque y se dan un abrazo. 



—Todo va sobre ruedas, querida. Lo estás bordando.



Volver a su tierra con una obra de teatro rompedora como esta, “Santa Isabel de Ceres”, ha sido muy arriesgado, pero a la postre ha acertado. No hay más que ver la platea y palcos del nuevo teatro de Almería, no cabe un alfiler. Se le vienen a la mente las reticencias del empresario para contratar la gira de provincias. 



—Concha, tu vuelta a la escena está siendo un rotundo éxito. Tres meses en Madrid con el cartel colgado de no hay billetes casi todos los días es aval más que suficiente para cualquier obra, pero para está... Las ciudades de España, aunque estemos en 1922, no son tan modernas como tú las quieres ver. El argumento es demasiado rompedor. Que un pintor con más talento que fortuna trate de redimir a una prostituta, Lola, tu personaje, con el resultado trágico del asesinato final, no sé cómo se lo van a tomar las asociaciones de Acción Católica. Van a entender que les damos la razón sobre el castigo de la descarriada, frente a la libertad que pretende ejercer la protagonista, que es como tú lo quieres enfocar.  



Y hace dos días que llegó la compañía a Almería en tren desde Madrid. Después de ensayar la obra y de dejar todo a punto, ayer pasó una tarde deliciosa visitando a sus primas de la Almedina y paseando con ellas por el Malecón, cogidas del bracete, como en su infancia.



—Y dime, Concha, ¿vuelves a ser feliz con tu trabajo sobre las tablas?



—Muy feliz, prima. Ahora soy plenamente consciente de cuál es mi misión en este mundo. Nunca debí de casarme con Carlos Verdugo, nunca. Pero el amor es totalmente ciego y yo me dejé embaucar por un señor doce años mayor que yo que se deshacía en atenciones hacia mi persona. ¿Cómo podía imaginar que cuando nos casásemos todo iban a ser trifulcas? No se conformó con retirarme del teatro, sino que llegó a recluirme en mi casa de Granada porque creía que todos los hombres con los que nos cruzábamos tenían intenciones libidinosas conmigo. Y yo llegué a creer que era verdad, Margarita, que es lo más triste. Llegué a sentir que me merecía las bofetadas que se atrevió a propinarme por mi manera de andar, de hablar o por mi ropa. La conclusión es que era prisionera de mi marido encerrada en mi propia casa. Y en la última etapa de convivencia era yo la que no quería pasear porque sabía que al volver a casa tendríamos otro infierno.



—Hasta que te atreviste a dar el paso y escapar. 


—Sí, querida. Pasábamos temporadas en Madrid y le convencí para irnos de Granada. Allí sería más fácil. Una tarde me armé de valor y le dije que iba a misa de seis a la Almudena. En realidad  fui derecha a ver a nuestra paisana, Carmen de Burgos. Ya sabes que ella ha tenido una historia muy parecida a la mía hace treinta años cuando vivía en Almería, me la contó ella misma. Su hija María también es actriz. Cuando ella estaba empezando, vino a verme con su madre al camerino en alguna función, de manera que yo influí en sus primeros pasos como actriz. Con Carmen sí trabé amistad y antes de casarme acudí a algunas sus reuniones políticas y culturales de mujeres. La hija no tiene nada que ver con la madre, no tiene la determinación de Carmen. El caso es que, como te decía, cuando más desesperada me encontraba acudí a la Burgos y ella fue la que me abrió los ojos a lo que yo no quería ver: que si seguía con Carlos me mataría cualquier día en uno de esos ataques de celos. Él tiene pistolas, Margarita, es militar y no razona cuando le dan los barruntos. 


—Y entonces fue cuando te atreviste a salir de tu casa y acudir a un juez para poner la demanda de separación.


—Así es. Aquella tarde salí de casa de Carmen convencida de que  había llegado mi punto y final. Ella me aconsejó que no volviese a mi casa ni siquiera esa noche. Pero estaba muy anulada, Margarita. El caso es que regresé y me dio la última paliza de mi vida. Sí, ahora soy capaz de decirlo, paliza. Carlos intuía que algo estaba cambiando dentro de mí porque yo le clavaba los ojos con tanto odio que no era capaz de mantenerme la mirada. Pero esa noche hice la mejor interpretación de mi vida. Le dije, cuando pude levantarme del suelo, que tenía razón, que había estado ciega con mi actitud libertina y que yo me debía a mi marido y a sus hijas. Que ante Dios había hecho esa promesa y que precisamente venía de la Almudena para pedirle fuerzas para volver al buen camino. Mordió el anzuelo, se bebió una botella de coñac y fue cuando aproveché para huir con lo puesto. A las cuatro de la mañana le toque a la puerta a la buena de doña Carmen. Su hermana Ketty fue la que me abrió de madrugada. Me acogieron en su casa durante unos días. Cuando reuní el valor suficiente fui a hablar con un abogado y pusimos la demanda de separación.


—Y después volviste a presentarte al empresario teatral que te contrató para estas obras maravillosas. Y has vuelto a triunfar sobre las tablas. 


—Sí, y lo mejor: ¡El juez me han dado la razón en la separación y es cuestión de días que vuelva a ser libre, Margarita! Nunca más tendré que vérmelas con ese Verdugo. Que se olvide de mí para siempre.


—¿No has tenido noticias de él?


—Me ha mandado algunas cartas y me ha seguido en algunos sitios por Madrid para intimidarme después de los ensayos. Pero como nunca voy sola, hasta ahora todo ha ido sobre ruedas. Es solo cuestión de tiempo que se aburra y conozca a alguna fulana que lo aguante, seguro que tiene ya candidata.


—¿Y cómo se ha tomado él lo de la demanda de separación? Estará furioso e intentará recurrirla.


—Hasta ahora no ha dado señales de vida. A lo mejor se ha asesorado jurídicamente y se ha resignado a que no soy de su propiedad y no puede encerrarme con siete llaves.


—No creo que se haya resignado. Ten mucha cautela, querida Concha. Yo no me fiaría ni un pelo de él. Es un hombre muy peligroso que no se va a quedar de brazos cruzados viendo como lo avergüenzas, según su esquema mental.


Se despidieron temprano después de cenar en casa de su tía. Tenía que descansar para el estreno del día siguiente.  Y todo estaba resultando mágico. Su familia aplaudía su regreso en primera fila. Toda la ciudad había acudido al Cervantes a arropar la vuelta de una de las más importantes actrices del momento.  Algunas señoronas enlutadas también quisieron boicotear la función esa misma tarde intentado hablar con el dueño del teatro, con un papel firmado por el obispo sobre la indecencia y condenación de la obra. Fue inútil, a Dios gracias, España estaba cambiando como pensaba Concha, como pensaba Carmen. Si nos resignamos a que la vida es como es, no cabría la esperanza. 


Cesan los aplausos y la Robles sale de sus pensamientos. No habrán pasado ni  cinco minutos desde que hizo el mutis, pero le ha dado tiempo de rememorar media vida en su breve asueto en el camerino. Ya va por el pasillo concentrada en el segundo acto, cuando de pronto lo ve, allí está, delante de ella. Se queda muda, paralizada. Lleva una pistola en la mano. Su prima tenía razón, en la cabeza de su verdugo no cabe la resignación. Le ha espetado algunas palabras masticadas entre dientes que no ha entendido. Solo quiere huir, pero no puede. Entonces se cruza en su camino el joven Manuel, el repartidor de la cartelería de la obra. El mismo que esta tarde le daría en mano al asesino en el café Colón un panfleto de la obra que su exmujer representaría en unas horas, donde hacía el papel de puta, lo que mejor se le daba. Y el chaval qué iba a saber cuando se acercó a la mesa de un señor solitario que llevaba cuatro coñacs en el cuerpo, y le explicara el argumento de la función que se estrenaba esa tarde.


–No se pierda a la gran Concha Robles, no se arrepentirá de venir a vernos esta noche. 


Lo único que es capaz de hacer Concha es colocarse detrás del chico que, con sus dieciséis años, se despide de este mundo cruel, muy cruel.


Suenan varios disparos y los espectadores irrumpen en una cerrada ovación, convencidos que se trata de efectos especiales. Saben que hay un crimen pasional como parte del argumento, aunque lo esperaban más a final de la obra, la verdad. A Manuel le da tiempo de llegar hasta el escenario, gritando que los tiros son de verdad, que le han disparado a quemarropa a él y a Concha. Detrás de él aparece la esposa castigada arrastrándose, mientras la actriz que está en escena se tira al foso de los músicos sin pensárselo dos veces, aumentado el estruendo y desconcierto del momento.


Cae el telón. El director teatral, Alfonso Tudela, al borde del escenario, confirma la cruda realidad. Su prima Margarita y su tía piden a gritos médicos en la sala. Hay varios presentes que ponen toda su pericia al servicio de los dos tiroteados. Les  atienden de unas heridas mortales en el tórax y cuello intentando cortar las hemorragias.  Al chiquillo lo trasladan a la Casa de Socorro y seguidamente, ante la gravedad de su estado, al Hospital Provincial. Fallece al despuntar el alba. Concha muere a los minutos del incidente, desangrada. Aún se escucharía otra detonación. Carlos Verdugo, en un último acto de cobardía, se intenta suicidar disparándose en la sien derecha.  Le extirparán un ojo, pero se salva. Y al día siguiente, en la misma casa donde Concha  tomara su última cena en familia, se está produciendo el desconsolado velatorio. 


—Qué efímera es la existencia, madre. Concha no se merecía un final tan canalla.

—El diablo no descansa nunca, Margarita. ¿Qué se puede hacer frente a un monstruo que se ha propuesto acabar contigo, qué?

—Señoras, otro telegrama de condolencia desde Madrid.

—Es de doña Carmen de Burgos y su hija María Álvarez.

—Ábrelo, hija. Léeselo  a la pobre Concha, seguro que lo recibe allí donde esté.


De sus amigas y paisanas Carmen y María: 

“Apostaste y luchaste por una nueva vida con dignidad y eso siempre es ganar. Hiciste lo que debías. Perder la libertad es lo último a lo que debe resignarse el ser humano. Siempre te querremos y te admiraremos, Concha Robles. Que otras tomen tu ejemplo de valentía. Nunca el silencio”. 




Concha Robles 

(Almería, 1887-1922) 

Actriz española de

 reconocido prestigio, 

asesinada por su 

exmarido

en el Teatro Cervantes de Almería el 21/01/1922.



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