Níjar

La abuela Dolores, el corazón más generoso de La Isleta

Risueña y servicial durante toda su vida, falleció el pasado 10 de abril a sus cerca de 93 años

Francisco G. Luque
16:59 • 18 abr. 2023

Pese a que la vida le asestó golpes muy duros, Dolores Casado Segura no solamente salió siempre adelante con la cabeza bien alta, sin romperse, lo hizo además con una sonrisa incombustible, dando todo por los demás hasta su último aliento, mostrando un corazón enorme que le hizo ganarse el cariño de vecinos y visitantes que durante años la vieron pasear por La Isleta del Moro o sentada en la puerta de su casa, desde donde fue testigo de como un pequeño pueblo de pescadores se fue convirtiendo en uno de los puntos turísticos más hermosos y concurridos de la provincia almeriense.  



La abuela Dolores, conocida por sus paisanos como 'la Casá', nació en la primavera de 1930. La vida no tardó en ponerle las cosas difíciles, ya que con solamente seis años de edad perdió a su madre por un trágico suceso. Tuvo que hacerse cargo de sus tres hermanos, con la ayuda de su tío, y pasó su infancia en el Carrizalejo, en un cortijo ubicado antes de bajar a La Isleta del Moro, donde se mudaría finalmente al conocer a Antonio Fresneda, con el que se casó en los 50, con una inolvidable celebración donde se comieron garbanzos tostados y en la que se bailó al ritmo de la música de la primera gramola que se veía sobre suelo isleteño.



La pesca fue la profesión por excelencia para esta familia que creció con la llegada de cuatro hijos: José Manuel, Antonio, Paco y Miguel. Adaro, empresa que explotaba las minas de oro, compró un barco a los Fresneda para que surtieran de pescado a los mineros de Rodalquilar, localidad que quedó unida con La Isleta por una carretera en cuya construcción, a pico y pala, participaría también el marido de Dolores, que emigraría a Alemania para desempeñar esa misma labor desde 1968 a 1970. 



En 1980 el matrimonio decidió abrir las puertas de un bar en San José, donde 'la Casá' deleitaba con sus recetas tradicionales a los numerosos turistas que ya llegaban a las costas nijareñas para disfrutar de un entorno único que pocos años más tarde sería declarado Parque Natural. Siempre tuvo un don para la cocina. Pero de nuevo la vida, a veces muy injusta, volvía a golpear a Dolores. Uno de sus hijos fallecía con 22 años de edad en un accidente de tráfico y decidieron vender el negocio hostelero en 1982 para volver a la pesca con el resto de la familia.  



Los Fresneda Casado vivían justo al lado de la tía Angelica, la suegra de Dolores, en cuya casa se ubica desde 2009 el Restaurante Pizzería Isoletta que regenta Antonio, uno de los hijos del matrimonio, junto a su mujer Dora, que remanece del Pozo de Los Frailes y que siempre tuvo una relación muy especial con 'la Casá', a la que le encantaba ver la terraza llena de clientes, sobre todo de jóvenes "que la llenaban de vida". Justo al lado de la entrada al restaurante pasaba las horas, recibiendo la visita de personas de todas las edades que la consideraban como su propia abuela. 



Un hogar abierto para todo el mundo



Y es que la casa de Dolores dio cobijo a los amigos de sus hijos siempre, sobre todo cuando a los jóvenes les hacía falta recuperar fuerzas tras una larga noche de fiesta. Les preparaba sus famosas tostadas de tomate recién rallado y de mantequilla, algo que también hizo varias décadas después con la quinta de sus nietos José Antonio, Erika, Sara y Clara. Siempre tuvo un don para la cocina, siendo de sobra conocidos sus gurullos caseros, su pan, su popular pescado secado de forma tradicional, las tortillas, las tarvinas o la harina torcía, plato con el que se convirtió en una de las protagonistas de 'Condimenta y alimenta', libro presentado el pasado año en el que María de la Encarnación Cambil Hernández recoge recetas isleteñas ancestrales.





El caminar de Dolores Casado fue siempre el mejor ejemplo de la verdadera resiliencia. Tuvo una increíble capacidad para superar diferentes adversidades sin desatender a los demás, sin perder un ápice de su generosidad, con una amabilidad que alumbró más que el sol cada rincón de una Isleta del Moro que tuvo que decirle adiós el pasado 10 de abril, una semana después de que la familia también llorara la muerte de su hermano Manuel.  


Servicial y dicharachera, siempre acogió bajo su techo a todo el mundo, también a la televisión y la radio que fueron a grabarla en varias ocasiones para conocer su sabiduría. Su hogar, por el que navegaban los olores de la comida más rica, también lo fue para jóvenes y mayores isleteños y foráneos que recibieron su inagotable cariño, que la vieron cuidar de sus plantas, cantando junto a la entrada o, ya en estos últimos años, también disfrutando de sus bisnietos Carlota y Martín.


Pero el tiempo, desgraciadamente, no pasa sin consecuencias. La vida, cumpliendo con su única ley inderogable, fue apagando estos meses a la abuela Dolores, que recibió en 2022, con 92 años de edad, un homenaje en su pueblo por ser la mayor, en una Isleta donde fue despedida hace poco más de una semana por decenas de personas, en una misa multitudinaria que demuestra lo querida que era y el vacío que deja una mujer que jamás trató mal a nadie, que nunca negó pan ni agua al que tocaba a su puerta. 


Sus conocimientos culinarios serán eternos gracias al libro de Cambil y a los numerosos vídeos que le grababa su querido Raúl, creador de la Guía del Cabo de Gata, pero sin duda alguna su mayor legado, el de su amor sincero por la gente y su amabilidad natural e incorruptible, es el que ha dejado grabado en los corazones de quienes tuvieron el privilegio de conocerla, de compartir tiempo a su lado.


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