Cuevas del Almanzora

El héroe olvidado del accidente nuclear de Palomares

Adelanto de uno de los 27 testimonios del libro ‘El año de las bombas. Historias de Palomares‘

Bartolomé Roldán poco antes del accidente y descubriendo la placa de la calle que lleva su nombre en Águilas.
Bartolomé Roldán poco antes del accidente y descubriendo la placa de la calle que lleva su nombre en Águilas.
José Herrera Plaza
07:00 • 21 nov. 2021

Bartolomé era patrón del pesquero de Águilas “Dorita”. El 17 de enero de 1966, un bombardero B-52 colisionó con su avión nodriza en los cielos de Palomares. Cuatro de los once aviadores pudieron saltar con paracaídas y conservar sus vidas. Él y su tripulación consiguió, frente a las costas de Villaricos, salvar en tiempo récord al comandante y al copiloto que habían caído al mar, evitándoles una segura hipotermia. Pero no solo los libró de las frías aguas, consiguió sin un mísero botiquín, detener la hemorragia de un profundo corte en el trasero del copiloto que parecía un melón abierto. Solo a base de estopa sucia del motor y cinta aislante, salvó por segunda vez su vida y lo más extraordinario, sin que se le infectara la herida.



El salvamento



Ese día el pesquero “Dorita”, con cinco marineros de tripulación, alcanzaron la costa de Villaricos al amanecer. Sobre las 10:15’ de la mañana, como todos los días a esa misma hora, dos parejas de aviones parecían que se unían en el cielo. Para los pescadores, los aviones repostando eran algo rutinario. Pero todo es rutina, hasta que deja de serlo: Oímos un zumbío tan grande que nos escondimos dentro del barco, recuerda Bartolomé. En pocos minutos, más de 125.000 kg. de los dos aviones rotos en miles de trozos llovieron por toda la zona. Aunque se encontraban a más de 800 m. de la costa, los trozos ardientes cayeron a su alrededor.



Pasado el terror de los primeros instantes, divisaron cuatro paracaídas que bajaban hacia el mar. Uno de ellos, el que más tarde supimos que llevaba la bomba, tenía diferente color. Recogieron el arte y se dispusieron a ver donde iban los dos paracaídas más próximos. En pocos minutos llegaron al primer aviador. Al cogerlo del brazo pegó un fuerte grito; tenía desencajado el hombro. Tuvieron que agarrarlo de la cintura. De inmediato rescataron al segundo. Al subirlo a bordo vimos que en la zona del culo llevaba un tajo que parecía un melón abierto, que sangraba sin parar. Sabían que si no hallaban una solución inmediata, en la hora y media que tardaban hasta evacuarlo a Águilas, podría desangrarse. 



Bartolo era muy aprensivo. En cada análisis de sangre que le hacían terminaba con mareos o desmayado. Desesperado, solicitó que buscaran estopa de hilos del motor y cinta aislante. Mientras un marinero cerraba la herida con las manos, él hizo de tripas corazón fijándola con la cinta de un lado a otro. Después puso la estopa séptica encima y la volvió a fijar con más cinta. Consiguió que cesara de sangrar y que llegara vivo a Águilas. Cuatro décadas más tarde afirmó: No sé cómo pude…Cómo fui capaz.



No conocían sus nombres. Después supieron que eran Charles Wendorf, comandante del bombardero y su copiloto Rooney, al que no solo no se le infectó la herida, sino que al mes apareció en una foto, como si nada hubiese pasado, leyendo sentado sobre sus posaderas.



Tardío homenaje



Bartolomé fue condecorado y resarcido de los gastos, pero de inmediato lo sepultó el olvido. Propusimos al Ayto. de Águilas restituir con justicia su acto heroico. Solo el tarraconense Francisco Simó, “Paco el de la Bomba”, pervivía en la memoria popular e incluso tenía una calle a su nombre. 


A inicios del 2013, en el Auditorio de la ciudad, se recordó aquel día. Se leyó una carta del copiloto Rooney, que había evolucionado de transportista de armas de destrucción masiva a monje mormón. Pero lo más emocionante fue la videoconferencia con el comandante Wendorf. Cuando vio a su salvador, se quitó por respeto la gorra y dijo: Nunca he olvidado aquel emotivo día. Gracias al capitán Roldán he llevado una vida plena. Él y su tripulación me permitieron regresar con mi esposa. También quisieran agradecérselo mis cuatro hijos y dieciocho nietos. Con tino y algo de sorna, Bartolomé respondió: Gracias a ti y gracias de toda España, porque lo que llevabais no llegó a explotar.


No sería la última vez que esos pescadores salvaran varias vidas más. Un año más tarde del homenaje conseguimos que Águilas le pusiese su nombre a una amplia calle. Bartolomé, hombre modesto, agradecido pero extrañado, siempre repitió: Hice lo que hubiese hecho cualquier otra persona. ¿Dónde está el mérito?.


Los pescadores éramos como esclavos

Hace pocos días que se nos fue “Bartolo”, que era como lo conocían en Águilas. En 1966 tenía 39 años, esposa y varias hijas que sacar adelante. En las madrugadas salía con su tripulación a pescar con el barco “Dorita” rumbo al sur. Hombre abnegado, se había sacado el título de patrón con mucho esfuerzo. En ese año robaba horas al sueño para dar clases con el práctico del puerto de Águilas para el grado de patrón de altura. La vida de los pescadores era muy dura. La ausencia de un sencillo botiquín en el barco lo dice todo. Según él, los pescadores éramos como esclavos.



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