El más sueco de todos

Un hombre de aspecto nórdico sobrevolaba ayer desde la distancia la comitiva del acto inaugural

Paco Lozano, responsable de Protocolo del Ayuntamiento de Almería.
Paco Lozano, responsable de Protocolo del Ayuntamiento de Almería.
Manuel León
00:43 • 06 jul. 2023

Entre todas las caras familiares almerienses, entre los propios trabajadores, que en su mayoría son de la provincia, por mucha banderita sueca que sostuvieran, destacaba, en el acto inaugural de Ikea de ayer, un tipo con verdadero aspecto nórdico que no se mezclaba mucho con la comitiva, más bien respetaba una cierta distancia, como si la cosa no fuese mucho con él; por su aspecto, parecía más sueco que ninguno de los que por allí andaban ayer.



Era un tipo silencioso, con la mirada perdida, sin prestar mucha atención a nada ni a nadie, conversando de cuando en cuando, más por matar el tiempo que por verdadero interés; andaba entre la multitud de ikeanos con su barba plateada de senior, con sus gafas de montura antigua, con su gorrita chapada de color granate; andaba con sus zapatillas blancas, sus oscuros tatuajes y su cuerpo fibroso, espigado, como buscando alguna salida para escabullirse; era un tipo con aspecto de haber nacido muy lejos de la Puerta Purchena, como si Ikea lo hubiera traído como avatar del nuevo establecimiento; uno lo miraba y veía que no cuadraba con el resto de la gente, como si se hubiera escapado de algún almacén de listones de maderas de Göteborg; o como estibador de algún puerto del Mar del Norte. No parecía de la casa, ese hombre, con su aire poco implicado con el acto, conversando lo justo con algún invitado cercano, no parecía de Almería, ni de Ikea, no parecía de ningún sitio y de todos a la vez.



Uno lo veía y decía, este tío seguro que no tiene vehículo ni tiene carné, este tipo va a todos sitios en una bicicleta, como si viviera en Estocolmo o en Amsterdam. Entre los edredones extendidos sobre las camas, entre los roperos minimalistas, entre los revisteros de madera de haya, entre el salmón y las botellas de champán de la zona de alimentación del Deli sueco, no desafinaba un ápice. Parecía como un cliente eterno de la multinacional nórdica, como si Ingvard Kamprad hubiera pensado en él cuando fundó Ikea hace justo ahora 80 años. A su lado pasaba Aránzazu o Ana Martínez Labella y el ni se inmutaba, seguía a lo suyo: mirando desde la distancia, etéreo, como un policía de la secreta, pero con un aire de bohemio ecologista capaz de alumbrarse con velas de noche en su casa.



Preguntando por tan extraño personaje en esa comitiva nupcial del casamiento de ayer entre Ikea (acrónimo del fundador y de su pueblo natal) y Almería, entre tanto testigo del acto de estreno del imperio del mueble en la Rambla Norte, resulta que el hombre con aspecto de maderero sueco, de estibador portuario, de bohemio convencido, de profesor de filosofía con libertad de cátedra, resulta que ese extraño pasajero que gravitaba ayer por la nave Ikea, es un experto en protocolo, un guardián de las buenas formas, de las refinadas maneras, para que nada chirríe, pero más almeriense que un sherigan. 







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