El carrero que vino de Berja y se hizo el más grande

Manuel Páez fundó en 1928 una firma de transportes que cumple 95 años a cargo de sus bisnietos

En la foto de 1930, montados delante en un Ford, José Navarro Moner y su padre José Navarro Corbató. Detrás, un empleado y con sombrero, Manuel Páez
En la foto de 1930, montados delante en un Ford, José Navarro Moner y su padre José Navarro Corbató. Detrás, un empleado y con sombrero, Manuel Páez
Manuel León
22:42 • 22 abr. 2023

Hay una empresita en Almería, con diez empleados, que es historia vitalicia de la provincia. Acaba de franquear los 95 años y por sus ojos ha visto  pasar carros y carreteras de uva del Andarax, camionetas cargadas con zapatos de Miguel Giménez de Vera y vagones con cartillas de azafrán de La Mancha para los guisos de los restaurantes almerienses. Esa empresa, que sigue operando como el primer día, dedicada al transporte y despachos de aduanas, es la agencia Páez que fundó en 1928 un carrero, Manuel Páez Montoya, llegado de Berja. En sus años mozos, antes de aparecer por la ciudad de los tempranos, se dedicó a los viajes de los emigrantes: a ir por los cortijos de la Alpujarra, a pueblos como Válor, Ugíjar o Fondón, reclutando gente, convenciéndola de que debían partir a trabajar en América para ahorrar y labrarse un futuro mejor. Por cada uno de esos alpujarreños a los que convencía, la naviera le pagaba una comisión a su agente Manuel. Pero se cansó de esa vida nómada y de charlatanería el muchacho virgitano y decidió probar fortuna con el transporte de barriles de uva con un carro de recuas desde Berja y Dalías hasta el Puerto de Bayyana, donde hacía noche durmiendo en un catre en la Posada del Mar, en la calle Real.



De un carro pasó a tener media docena y a traer también la uva de los parrales del Andarax que se criaba en pueblos como Alhama, Illar, Terque o Instinción y que pertenecía en gran medida al exportador José Navarro Moner, el emperador de la uva de ese tiempo, que había llegado de Castellón, tras vivir un tiempo junto al mercado londinense de Convent Garden aprendiendo el negocio. El propio Manuel pasó de ser un simple carrero de mulas y barriles a comprar cosechas y convertirse en exportador. Cuando llegaba a los colmaos del Puerto de Almería, la uva había sido arrancada y emporronada por manos de mujeres que la habían introducido amorosamente en los barriles de madera junto al serrín de corcho para salir en barco rumbo a los mercados del mundo.



En esa Almería de los años 30, que olía a café torrefacto mañanero, abrió Manuel Páez la agencia de transportes y despachos de aduanas. El domicilio social estaba en el Paseo de San Luis, en una casa que adaptó como oficina frente al actual bar de La Hormiguita, haciendo esquina con la calle Pintor Díaz Molina. Allí se acomodaron los carros y la mercancía en tránsito y después las cocheras de los isocarros y camionetas y una pequeña zona de carga y descarga. 



En varias ocasiones, según detallan las gacetillas de la época, sufrió robos de dinero -hasta un botín de 500 pesetas-  y de gallinas que tenía en un corral cercano. En otra ocasión, los rateros le sustrajeron de madrugada un fardo de tejidos que venía de Valencia para ser repartido por la provincia y sellos de franqueo, rompiéndole las estantería y el escritorio. Manuel fue un gran emprendedor de su tiempo que contribuyó a impulsar la Asociación Almeriense de Asistencia Social que ayudaba a los niños a comer un plato caliente y a las familias menesterosas. Después de la Guerra, fue también directivo de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, junto a otros empresarios como Antonio Cutillas, José López Quesada, Ignacio Núñez o José Puertas Gómez de Mercado.



Pero su puesto habitual, donde pasaba la mayor parte de su tiempo diario, era el barracón que poseía en el Puerto, junto al antiguo Varadero, donde se hacían los despachos de aduanas para la exportación a Europa, Estados Unidos o Canadá. Allí se encontraba en su salsa, con sus empleados, compartiendo café y cigarros con su amigo y cliente José Navarro Moner, subiéndose a esos primeros autos utilitarios que llegaban de importación. Allí en ese primitivo despacho o fielato de la uva, tenía Páez una primitiva máquina de escribir, unas grapas y un martillo por si había que abrir algún tonel por orden de los inspectores de la aduana para comprobar el estado y el calibrado de la grape almeriense y que dentro no hubiera podredumbre. 



Navarro Moner fue el símbolo  del músculo uvero almeriense en los mercados internacionales y Páez fue, a su manera, uno de los primeros cosarios que consiguió organizar el primitivo transporte de los pámpanos dorados cubriendo esa media corona de caminos provinciales desde Dalías a Berja hasta Alhama y Gádor con el  Puerto de Almería. 



Entre sus clientes aparecen exportadores de la época como Simón Cano Crespo y Miguel Sánchez Caparrós, oriundos de Antas, y el valenciano Joaquín Muñoz Rodrigo, que fundó la empresa Fruesa, a la que llegó años después un joven Juan Antonio Petit que echó raíces en la provincia. Del transporte de la uva, Páez pasó a gestionar todo tipo de paquetería en emisión y recepción, una especie de Seur de la época, compitiendo con otras firmas como El Triunfo o Reyes, y a su almacén llegaban desde zapatos y vestidos, hasta hierros, pinturas o vino de Monóvar, que después iban repartiendo y distribuyendo los cosarios por los pueblos de la provincia.



El fundador de los transportes Páez falleció en 1966, estaba casado con Dolores Páez Martín, y le sucedió su hijo, Manuel Páez Páez, quien reforzó el negocio de agente de aduanas y otras actividades de consignatario y transitario con servicios de transporte combinado domicilio a domicilio, abriendo una delegación en Murcia y después en Inglaterra.


José Manuel Pérez Romero, la tercera generación de la empresa, disfrutó del boom de las exportaciones de frutas y hortalizas a Europa, con miles y miles de envíos desde el invernadero. Pero la entrada en la Unión Europea hizo desaparecer todo el papaleo de aduanas y hacer tambalear la empresa que fundara aquel vigitano. El Bréxit le ha devuelto la vida a Páez, consolidándose como el primer agente de exportación hortofrutícola de la provincia, con cerca de 10.000 despachos al año y ya con el negocio en manos de la cuarta generación, los hermanos José Manuel y Alberto Páez Vizcaino, incorporando tecnología en ese camino de casi un siglo que va de aquel primitivo carro de mulas del patriarca a la inteligencia artificial que incorporan ya sus bisnietos al proceso de documentación aduanera.


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