El misterio de las fotos de Franco y su hermana en Almería (y II)

El Caudillo llegó entre vítores; no es que Almería entera fuera falangista es que había miedo

Franco subiendo el Paseo en un rolls descapotable en 1943, en una imagen donada al Museo de Terque.
Franco subiendo el Paseo en un rolls descapotable en 1943, en una imagen donada al Museo de Terque.
Manuel León
21:41 • 11 mar. 2023

Aquí aparecen, en segunda y última tacada por ahora, estas fotos de Franco en Almería, donadas por un anónimo personaje al Museo de Terque. Una donación contradictoria, puesto que el que las ofrece no quiere destruirlas, pero tampoco quiere quedarse con ellas, como si esos rostros, esas calles, esos modales antiguos de hace 80 años, que él o un antepasado conoció, le abrasaran el alma. La imagen de abajo nos hace viajar a una tarde de mayo de 1943, donde la provincia de la uva -aun no del invernadero- recibe al Caudillo en toda su plenitud. Se ve una tribuna con el símbolo del víctor levantada en el Paseo entonces consagrado a su nombre y en el sitio de honor, como un César, el general gallego, aún joven, con su gorro falangista. Y a su lado el ministro Arrese, el alcalde Vicente Navarro Gay y el gobernador civil, Manuel García Olmo. En los laterales, militares y falangistas brazo en alto, delante de un gran águila junto a gente asomada a los balcones, enfrente de donde hoy está el ficus centenario. Debajo, muchachas vestidas con trajes regionales, algunas mojaqueras con cántaros en la cabeza y pañuelos en el rostro y por los adoquines desfilando, aunque no se vean, las milicias de la falange, la Vieja Guardia y los excombatientes de la División Azul junto al Frente de Juventudes. 



La foto fue captada con la cámara Leica de Domingo Fernández Mateos, el fotógrafo de la República y de la Postguerra que abandonó el oficio porque no dejaba dinero para abrir una fábrica de polvos de talco en la calle Pedro Jover.






Franco había llegado en  ese primer viaje de los cuatro que hizo a Almería -1943, 1956, 1961 y 1968- procedente de Málaga, en una gira por toda Andalucía. Fueron a recibirlo al límite de la provincia las autoridades locales y al pasar por Adra, las camaradas de la Sección Femenina rodearon el coche, según contaba el cronista oficial de la Agencia Cifra. En El Ejido, cuando era puro campo de Dalías, la población agricultora aprovechó el vallado de los bancales para colocarle dedicatorias y un arco levantado con barriles de uva de Almería.



Entró a la capital por el Parque y al llegar a la Plaza Circular se bajó del coche a saludar entre un bosque de brazos en alto y vítores al paternal caudillo. Almería estaba llena de miles de camisas azules y boinas rojas. Alguien podría pensar que toda la ciudad, toda la provincia era entonces falangista. No era así. Latía el miedo, el recuerdo fresco de la Guerra, el pavor a ser detenido, a ser juzgado bajo la acusación de  tibio, de demostrar poca adhesión al Régimen; latía el mero deseo de sobrevivir en esos tiempos movedizos; y esos, los menos involucrados en la política, que eran la mayoría, que les importaba una higa Franco, el espíritu impera y el impasible el ademán, lo único que querían era vivir en paz, alimentar a sus hijos, educarlos y que el sol se pusiera un día más por el Cañarete. Ya nadie quería reabrir heridas, ya nadie quería más muertos y más bombardeos, ni más refugios, ya ningún almeriense de uno u otro color o los que no tenían ningún color que eran la mayoría silenciosa, querían más de todo eso y si había que amoldarse y gritar ¡Viva Franco que nos trae pan blanco! esa  tarde en el Paseo, para que el vecino no le acusase de poco adicto al Régimen, gritaba y punto. Esa era la triste realidad. Y 80 años después, nadie debería ser tan valiente desde su cómodo sillón del siglo XXI, sin haber estado allí esa tarde del 43, para juzgar a nadie. 



Se hicieron arcos con el nombre de Franco, con banderines y guirnaldas, sin   miserias, para no desmerecer de las provincias vecinas, en una ciudad paupérrima que no tenía ni para caerse muerta. A cambio solo recibió una limosna de 5.000 pesetas que Franco le metió en el bolsillo al alcalde para los pobres. También se entregaron casas en El Tagarete y  en el barrio de Pescadores.



En la primera foto se ve a Franco de pie, dentro de un rolls-royce descapotable, rodeado de militares, camino de la segunda tribuna que estaba en la Puerta Purchena, donde Franco habló al pueblo con la Casa de las Mariposas a su espalda y donde el alcalde le  impuso la Medalla de la Ciudad. De ese discurso de Almería se hizo eco la agencia Reuters que lo distribuyó entre los diarios europeos que llevaron a Almería a portada y donde se advirtió por primera vez a un Franco no tan confiado en la victoria alemana en la Guerra Mundial: “Hemos llegado a un punto en esta batalla con los beligerantes en la que ninguno tiene fuerza para destruir al otro”.



Franco, con Carmen Polo, estuvo también en una Misa en la Catedral, después en la Escuela de Artes viendo una exposición pictórica, donde dialogó con Jesús de Perceval y donde vio los planos de la futura fábrica de La Celulosa. Después presidió una cena de gala en el Ayuntamiento, acudió a una función de ópera en el Teatro Cervantes y se retiró a descansar con su señora en la cama de doña Pakyta y José González Montoya, en la Plaza Circular, en esa casona hoy convertida en museo.


La foto de encima es del viaje de 1956 procedente de Málaga, cuando se detuvo en el poblado de El Parador para comprobar las obras de regadío realizadas por el Instituto Nacional de Colonización. Franco volvió a Almería en 1961, en un viaje con protagonismo para la zona de El Saltador de Huércal Overa y en 1968, cuando inauguró el aeropuerto, que rechazó que llevara su nombre, sin dar ninguna explicación. A ese mismo aeropuerto llegó cinco años después su hermana, Pilar Franco Bahamonde, que vino de turismo a tomar el sol con su íntima amiga María Galante. Se hospedó en el Hotel Aguadulce, tras ser recibida por el gobernador Juan Mena y el alcalde Paco Gómez Angulo. Al marcharse unos días después, le explicó al periodista Diego Domínguez que la entrevistó que le habían gustado mucho los cultivos de flores de Dalías, que Almería era la única provincia de España que le quedaba por conocer y que la había hechizado: “Almería es lo mejor del mundo, esta luminosidad no la hay en ninguna otra parte, seguro que volveré”, dijo la hermana de un Caudillo con el que almorzaba todos los jueves en El Pardo y al que le quedaba ya poco para morir en la cama y dar rienda suelta a otro periodo de la historia de España y de Almería. 



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