El misterio de las fotos de Franco en Almería (I)

Alguien abrió hace unos meses una vieja caja y allí estaban esas 32 imágenes inéditas

Francisco Franco Bahamonde, en la Plaza Vieja de Almería, en  un 2  de mayo de 1956, al lado el alcalde, Emilio Pérez Manzuco,
Francisco Franco Bahamonde, en la Plaza Vieja de Almería, en un 2 de mayo de 1956, al lado el alcalde, Emilio Pérez Manzuco,
Manuel León
12:14 • 05 mar. 2023 / actualizado a las 12:28 • 05 mar. 2023

El donante podría ser un anciano cargado de años y de recuerdos, que se quiere desprender de todo, como sus hijos se han desprendido de él; o quizá sea el hijo o el nieto de ese mismo anciano ya muerto, de esos que hicieron la Guerra y que vivieron la Postguerra con intensidad juvenil a pesar de las lacras. Quizá  ese hijo o ese nieto haya abierto cajones y baúles antiguos de alguna casa ya deshabitada y haya hallado estas imágenes que aquí se muestran dentro de un sobre ya amarillo y con olor a medicinas. Y quizá se haya preguntado qué podría hacer con esas fotos tan antiguas, tan fuera de foco del tiempo actual y habría pensando en quemarlas en una lumbre con todos los papeles viejos de su abuelo. Por ventura, sin embargo, pensó en cederlas a alguien que las valorara, a algún Museo, a algún archivo. Y se acordó el nieto de aquel hombre que hizo la Guerra -aquella Guerra inauditamente tan vigente aún (los españoles tienen aún más presente su Guerra Civil, que los alemanes la suya Mundial)- de ese Museo de Terque que hace apología de las cosas viejas.






 Contactó con su  patrón, Alejandro Buendía, y le hizo entrega de una caja con 32 imágenes positivadas de las visitas de Franco a Almería, 32 instantes fugaces de otro tiempo -entre 1943 y 1968- que su dueño conservó durante décadas en algún cajón y que miraría de vez en cuando -cada vez menos como espantando recuerdos- y que han terminado en el archivo de uno de los museos artesanos más entrañables de España. Lo que dejó dicho el donante -no de sangre sino de historia local- fue que su nombre nunca debía ser revelado. Quizá aún se vean estos retratos por parte de algunos con un tinte ideológico, como apología o exaltación de un tiempo oscuro de la historia, pero con el tiempo -seguro, bien que seguro- se convertirán en valiosos documentos gráficos para entender mejor de dónde venimos, para estudiar la etnografía, el costumbrismo de la Almería de nuestros abuelos y abuelas, las formas de vestir, de celebrar actos, la comparación de rincones, plazas, calles de antes con las de ahora. Todo eso que ahora aún no se paladea por buena parte de la población -la España que de diez cabezas, nueve aún embisten, que diría Machado- cambiará y pasarán a ser testimonios descriptivos, neutros como un champú, del relato histórico, como si encontráramos  ahora un baúl con imágenes de la Guerra Carlista en la sierra de Filabres.



Aquí se muestran solo tres de esas imágenes regaladas al Museo terqueño bajo la temática de los Viajes de Franco a Almería. En la de arriba vemos a Franco  en el balcón de la Plaza Vieja, en su segundo viaje a esta ciudad en 1956 a la que designó como ‘Hija Adoptiva’; se le ve en esa Plaza de la Constitución en un tiempo en el que la Constitución era él; se ven las banderas desplegadas, la parafernalia del Régimen adornando a un gallego buchón y con fajín, frente al micrófono, arengando a los almerienses como si aún estuviera dirigiéndose a la tropa en el frente de Guadarrama; se ven debajo las cabecitas juntas como piñas de cientos de almerienses de la época, mujeres acodadas en los balcones sobre los arcos  carpanel que aún existen, muchachos suspendidos en las ramas de los árboles anteriores a los ficus, cuando la Plaza Vieja era un jardín con el Pingurucho ausente desde hacía 13 años; se ve al cámara del Nodo sobre una plataforma filmando los ademanes del Dictador para que luego el documental se viera en los cines de toda España como aperitivo de la película, es decir, Franco como telonero de Gary Cooper o Ava Gardner; se ve al lado del Caudillo al alcalde, al abogado del Estado Emilio  Pérez Manzuco con su bigotillo perenne. Eran los años 50 en Almería, que ni fueron chicha ni limoná: la provincia quería remontar, pero eso no ocurriría hasta los 60, aunque ya no eran los 40 de las cartillas de racionamiento y el estraperlo. En ese viaje, el segundo, Franco fue nombrado alcalde honorario de Almería cuando ya España había sido reconocida por la ONU. Visitó las obras del Instituto Nacional de Colonización, las minas de Rodalquilar, almorzó en El Boticario y durmió en el Cortijo Fischer según relata Manuel Gutiérrez Navas en su documentado trabajo sobre los Viajes de Franco a Almería. 



La imagen del centro se corresponde con el primer viaje de 1943, al que Franco acudió acompañado de su esposa Carmen Polo hospedándose en lo que fue la casona de González Montoya. Se observa el desfile por la calle Reina Regente en una Almería aún militarizada; se ven los gerifaltes con el traje blanco de falange escoltados por los maceros y al fondo más militares armados y la estatua de la Caridad, alegoría de la inundación de 1891  que sigue en el mismo sitio pero mirando de forma  opuesta, y los talleres de Oliveros cuando estaban a pleno rendimiento haciendo vagones para Renfe. 



La imagen de abajo se corresponde también con el mismo día del 9 de mayo de 1943 donde se ve una pequeña tribuna en el Paseo del Generalísimo presidida por Carmen Polo, en traje blanco y sombrero, mayestática, y a su lado las señoras de los gobernantes locales y las dirigentes de la Sección Femenina. Detrás más militares y falangistas y a los pies de la foto, muchachas con el traje regional, con sus faldas de colores, con sus canastos, aplaudiendo el paso del Caudillo motorizado en un descapotable oscuro, con su gorrito falangista -aunque él nunca lo fue- estirando el brazo derecho hacia adelante con la palma mirando hacia abajo.





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