¿Quién quiere acabar con el obispo de Almería?

Han pasado casi dos años desde aquel enero y la artillería contra el nuevo obispo no ha cesado

Pedro Manuel de La Cruz
00:01 • 06 nov. 2022

Desde que en enero de 2021 el papa le nombró obispo coadjutor y le encargó poner orden en las cuentas de la Diócesis, Antonio Gómez Cantero comenzó a vivir un vía crucis interminable. El en aquel tiempo todavía obispo titular y quienes le rodeaban en la dirección de la diócesis no perdieron ni un segundo en desplegar toda la artillería contra el nuevo prelado. El voto de obediencia fue para algunos una exigencia imposible de cumplir y, aunque la decisión se había tomado en Roma, quizá pensaron que quién era el Vaticano para decidir que se auditasen las cuentas de una pequeña diócesis a miles de kilómetros. La zona de confort en que vivían no debía ser perturbada ni por el mismísimo papa. 



Han pasado casi dos años desde aquel enero y la artillería contra el nuevo obispo no ha cesado. Convertido en poco menos que un impostor, el obispo Cantero se ha convertido en la diana de una autodenominada Plataforma de Católicos Almerienses por la Verdad de la que nadie, solo su promotor o promotores, conoce quienes la integran. Nadie sabe quien está detrás y quién les inspira.  



Agazapados tras el anonimato, envían cartas abiertas al obispo en las que acusan a su “minúsculo equipo de gobierno de haber emprendido una caza de brujas”, se apropian en exclusividad de “la ayuda de Dios y la gracia de la Verdad”, acusan al clero de estar “sumergido en la apatía” y a los fieles de estar “desorientados” y de ser tratados como “pobres borregos”, le amenazan advirtiéndole que tienen infiltrados en los círculos en los que habla, le recuerdan que “no es el jefe absoluto y supremo, eso se lo reservamos a Dios”, menos mal. En fin, una batería de metralla indiscriminada de la que no se libra nadie ni nada. Desde San Indalecio a la Virgen del Mar o la liturgia, nadie está a salvo de sus eminentes y verdaderos criterios. (Ellos, como dicen con descaro en sus anónimos, sí cuentan con la ayuda de Dios, los demás no). 



Lo que sorprende es que tras tan deslavazado ataque nadie sea capaz de poner su firma al pie de un escrito de cuya estructura acusativa puede deducirse que se esconde alguien con un rencor insoportable como único hacedor o un ejército mas cercano al de Pancho Villa que a una plataforma con verdadero espíritu de colaborar en la solución a la crisis económica que atraviesa la diócesis. Porque, ¡ay!, aquí está la clave. 



 Las cuentas de la Iglesia almeriense, auditadas por Deloitte con todas las garantías, arrojan una deuda cercana a los 29 millones de euros. Casi 30 millones sobre los que la prudencia o la caridad han propiciado que no se haya hecho público en qué se han gastado. 



Es evidente que la Iglesia, aquí y en cualquier parte, no vive momentos de tranquilidad económica, que las aportaciones de los fieles no alcanzan los números necesarios para hacer frente a las necesidades, que ha habido y hay que arreglar templos, por supuesto. El déficit en ingresos puede entenderse desde el impacto de la crisis económica, pero no se antoja asumible ni razonable cuando la cuantía de la inversión en obras alcanza cifras tan cuantiosas para una diócesis pobre. Aumentar la deuda hasta niveles insoportables gastando millones de euros en el seminario o en el Palacio Episcopal resulta a todas luces un error, un inmenso error de quienes tomaron las decisiones que lo hicieron posible.  



El esplendor renacentista es una bellísima herencia, pero imposible de imitar en la actualidad y, al hacerlo, lo único que se alcanza es hipotecar el futuro económico hasta hacerlo casi irrespirable. 



El obispo Cantero heredó una situación financiera endiablada y, cumpliendo el mandato con que fue enviado por el papa y con la obligación que impone el sentido común y la decencia, está intentando poner orden en el caos propiciado por otros. Ese es su ´pecado´ para los anónimos guardianes de la verdad revelada.  


Lo bueno, para el obispo, es que, en el cumplimiento de la penitencia heredada de quienes cometieron el pecado original sin asumir sus consecuencias, Cantero está siendo acompañado por clero y seglares de forma cálida, sincera y abrumadora. La cercanía a lo que, de verdad, siente la gente, visitando conventos, apoyando a las hermandades y cofradías, presidiendo desde la humildad la solemnidad de celebraciones litúrgicas de norte a sur de la provincia, reuniéndose con jóvenes y mayores, acudiendo sin pompa ni boato donde se le requiere o se le invita, ejerciendo, en fin, lo que debería ser normal en el comportamiento de cualquier pastor, le ha granjeado una acumulación de afectos que le están haciendo más llevadera tan injustificado vía crucis. 


Y, llegados a esta estación de penitencia, no me resisto a recuperar aquella escena de El Padrino en la que el papa Juan Pablo I aparece muerto después de una cena preparada en las cocinas del entramado corrupto que le rodeaba. 

En la diócesis almeriense la realidad no llegará a alcanzar el dramatismo de la trilogía maestra de Coppola, nadie le preparará un té bien cargado, pero algunos verían con indisimulada satisfacción que el Obispo Cantero acabara cuanto antes su paso por la provincia. Sería una forma de matar la voluntad y la obligación de quien pretende poner luz y soluciones en medio del caos. 


En los evangelios de Mateo, Lucas o Marcos está escrito que “no se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los de la casa”. El obispo Cantero ha sido tan prudente que nunca encendió la luz la luz sobre lo que se encontró, solo se ha limitado a poner orden al caos. Y ni eso tienen la honestidad de reconocérselo. 


Para algunos su reino puede no ser de este mundo, pero sus intereses personales, sí. Y, a veces, por encima de la voluntad del papa.


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