Un viaje a la casa más antigua de Almería

En el palacete del Mayorazgo reposa la historia de la ciudad a través de los Almansa y Perceval

Armadura medieval; grabado de la Virgen del Mar; Juan del Moral, señor de la Casa
Armadura medieval; grabado de la Virgen del Mar; Juan del Moral, señor de la Casa
Manuel León
21:08 • 29 oct. 2022 / actualizado a las 21:13 • 29 oct. 2022

Hay en ese cuello de botella que es la calle Eduardo Pérez,  segundos antes de irrumpir en la inmensidad de la plaza catedralicia, un palacete solariego varado en el tiempo: es, sin controversia, la casa más antigua de la ciudad, que por los ángeles protectores del destino se ha conseguido mantener milagrosamente a salvo de la piqueta, desde el año 1680 en que fue fabricada encima de una antigua casa nazarí.



Es decir, es más antigua que la de los Puche o la de los Torrealta, donde habita el actual Archivo Histórico Provincial. Casi tres siglo y medio la contemplan, colindante a ese muro de la vergüenza que es la fachada de la antigua casa de Vivas Pérez, donde tuvo su sede el diario La Independencia. 



Es la denominada Casa del Mayorazgo y cuando uno la otea desde la residencia de las monjitas de enfrente -donde nació el padre de los indalianos- ve en todo su esplendor los escudos de los linajes de Almansa y Perceval labrados en la fachada y el portón original de una pieza de madera y remaches que diseñó algún maestro alarife del barroco tardío dejando espacio para peatón y para carruaje con sistema de polea.



Y si uno penetra por esa puerta añeja hasta el tuétano, más que observar, se sentirá observado por decenas de caballeros y damas antiguas que miran desde las paredes, con sus  moños altos, con sus ternas militares, con sus corbatines dieciochescos. Es la pura historia de Almería, la que allí reposa sobre una planta de 500 metros y tres alturas, catalogada con nivel máximo de protección.



 Al entrar, hay un patio de luces donde destaca una Venus clásica al lado de un grabado original de la Virgen del Mar de 1806 y arcos de sillería. Varias veces tembló con los terremotos, sobre todo con el de 1804,  y en todas fue reconstruida con primor por sus moradores. Hay expuestos, como en un museo, restos del antiguo muro mudéjar, una armadura medieval, bargueños, lienzos de vírgenes y santos y sobre todo los retratos de los que moraron esas estancias subidos al pedestal del tiempo, conservados por el empeño de sus herederos en que fueran eternos. 



Aparece un arca antigua en un rincón, una capilla con reclinatorio, el cuadro de los aguilanderos y más escudos de armas con flores de lis, junto a la Almería antigua dibujada a plumilla por Parcerisa. La casa es un museo en toda regla y tras las estancias iniciales, uno desemboca en las cocinas y en un extraordinario patio interior cuajado de arcadas y plantas frente a una piscina moderna heredera de un antiguo aljibe. Arriba están los restos del antiguo granero, ahora desván, donde Jesús de Perceval tuvo su primer estudio de pintor, ahora habitado por la familia Ruz de Perceval, que alquila la primera planta para ceremonias y celebraciones.



En la parte de atrás de esta casa encantada está la pinacoteca moderna con los cuadros del artista almeriense, de los indalianos, Briceño, Visconti, Cantón Checa y de su hija Carmen, también notable pintora. La casona se abre a otras dos calles más, además de Eduardo Pérez (antigua calle del Cid y antes aún calle Empedrada y calle Principal) Conde de Xiquena (antigua calle del Gallo) y calle Infanta.



Esta mansión genuina almeriense, atormentada los fines de semana por la música de los bares colindantes y los riachuelos de orines y pestilencias, toma nombre del segundo Mayorazgo de Almansa, que no era sino el derecho del primogénito de una familia a heredar todos los bienes, una normativa que quedó extinguida en 1820. Proviene en su génesis del mayorazgo fundado por Baltasar de Almansa Solis, noble almeriense nacido en 1662, alcaide perpetuo del Castillo de San Pedro, a quien sucede su hijo José de Almansa Saavedra y después Fernando Almansa Uriarte casado con Micaela Almansa y Careaga (tío y sobrina), hasta legar en su hijo Rafael Almansa y Almansa, que por el archivo familiar, consta que estaba domiciliado en esa casa en 1819, en la entonces calle Empedrada, porque fue la primera que incluyó piedra en su alineamiento, sustituyendo la tierra batida. Fue también residencia de oficiales franceses durante la invasión napoleónica de la ciudad. Allí moraron también miembros de la familia como Sor Bernarda de Almansa, abadesa de las Puras, fallecida con fama de Santa, y el padre Benavides, Deán de la Catedral.


Se casó Rafael con Juana de Mon, de donde nació Rosario Almansa y Mon que matrimonió con Juan Gabriel del Moral, padres del célebre Juan del Moral y Almansa, un prohombre de la Almería del XIX, pintor, viajero y regidor de Almería. Era el abuelo de Jesús de Perceval, en quien hizo prender la llama de la pintura, cuando su padre Miguel, redactor de La Independencia, renegaba de que su hijo se dedicara al arte.


Tres hijas de Juan del Moral se casaron con tres primos percevales y la casona la heredó María de Perceval  del Moral, hija de Rosario del Moral y José María Perceval, que se casó con Diego Fernández de Córdoba, abogado y escritor. No tuvieron hijos y a su muerte legaron la casa a su sobrina y ahijada Carmen de Perceval de la Cámara, hija primogénita de Jesús de Perceval del Moral, casada con José Luis Ruz.


Es ahora él, sevillano titulado en Historia del Arte, el depositario de ese palacete único en Almería, el custodio de toda esa memoria de siglos, el cancerbero de todo  el poso de nobleza y de hidalguía que se ha ido transmitiendo de generación en generación durante más de trescientos años, manteniéndose milagrosamente a salvo de la codicia de las grúas y de los rentos del urbanismo vertical de los 60 y los 70. 


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