El policía de El Puche que engañó al destino: “Lo fácil era irse a lo malo”

El agente K. escribe las páginas de una historia de superación en un barrio castigado

El policía de El Puche que engañó al destino.
El policía de El Puche que engañó al destino.
Javier Pajarón
20:00 • 15 oct. 2022

K. soñaba con vestir el azul marino de la Policía Nacional, pero el día que superó las oposiciones, recogió sus cosas y se marchó a trabajar a un restaurante como cada día. “No me lo creí”.




Su historia comienza en Terrasa (Barcelona), en el seno de una familia con orígenes almerienses. Y problemas. “El matrimonio no iba bien y mi madre decidió separarse. Éramos muy pequeños y nos vinimos a vivir con mi abuela en El Puche”.




K. tenía entonces seis años y su hermano solo cinco y, aunque apenas entendían el mundo a su alrededor, sintieron el estremecimiento de cambiar  una gran ciudad como Barcelona por uno de los barrios más pobres de Andalucía.




Corrían los primeros años de los 2000. “Eran peleas diarias, armas de fuego. El impacto fue tremendo. Yo ni hablaba. Llegué a tener problemas de acoso escolar”.
Un barrio en eterna crisis acogió a unos chicos en su particular lucha por la supervivencia. “El Puche se resume en gente que no quiere estudiar porque ve a sus padres y a sus vecinos con cochazos comprados con el dinero de la marihuana, y otra gente que está atrapada allí y apenas sale de sus casas”.




K. dejó los estudios de Secundaria para tratar de ayudar a paliar las carencias familiares, pero la vida le convertía en un náufrago que achica agua con las manos. Se quedó varias veces en la calle con su familia, sufriendo “la vergüenza” de verse ante los vecinos “con las macutos, arriba y abajo”.




Entonces, se encendió una bombilla. “Con 20 años, después de 15 años sufriendo, me di cuenta de que si no estudiaba no podría sacar adelante ni a mi madre ni a mi hermano. Mi vocación era ser policía. Vi una luz. Quiero ayudar a las personas”.




La tarea no fue sencilla. Primero superó la Secundaria y luego se matriculó en un grado medio de Electricidad. “No tenía nada que ver con lo que quería hacer, pero necesitaba el dinero de la beca para poder irme de alquiler. La primera beca la dediqué a un piso de alquiler y me llevé a mi madre y a mi hermano”, recuerda muy emocionado.




Su relato navega en la incertidumbre de años de dificultades y desengaños, pero también en la esperanza del objetivo, ser policía. Completó poco a poco los requisitos básicos exigidos en la convocatoria gracias, en ocasiones, a compaginar largas jornadas en tres trabajos distintos.


“Tuve que sacarme un grado superior de ayudante de arquitecto y me costó la vida. Venía de El Puche, donde el nivel de exigencia en la educación es muy bajo, y se me hizo cuesta arriba. Fueron dos años y medio muy duros”.


Durante siete años compaginó el trabajo en el mundo de la hostelería con los estudios “para cumplir con los requisitos”. K. narra con pasión aquel esfuerzo. “Se me ponía la piel de gallina cuando veía a la Policía Nacional. Me veía reflejado en el uniforme. Sabía qué quería ser y retomé los estudios por ellos”.


K. eligió su destino. “Después de la vida que hemos llevado, lo fácil era irse para lo malo. Había un 95 por ciento de posibilidades de irse hacia lo malo, pero yo escogí el 5 por ciento”.

En 2020 aprobó las oposiciones y, después de pasar por la Escuela de Ávila, regresó a Almería para completar su periodo de prácticas en la Comisaría Provincial de la Policía Nacional. Habla con un respeto reverencial de sus compañeros más veteranos, de los que aprende en cada servicio, y se confiesa ansioso por volver a la calle a ayudar como miembro de Seguridad Ciudadana.


Hoy apenas le quedan dos buenos amigos marroquíes en el barrio y un puñado de conocidos. El jueves regresó a El Puche, vestido de azul, en el asiento del copiloto de un vehículo patrulla manchado por la lluvia fina y la calima. Apenas habló en el trayecto. Un rato después, miró a lo lejos. “Allí vive mi abuela”.


“Que no se rindan, nada es imposible”

El agente K. defiende la necesidad de oportunidades para los vecinos de El Puche y anima a los jóvenes a no rendirse frente a la adversidad de un entorno que les condena, a menudo, a la marginalidad. “Nadie va a regalarles nada, como nadie lo hizo conmigo. Si tienen un sueño donde se vean reflejados, hay que luchar por él. Nada es imposible, solo está en la mente de cada uno. Yo luché por ser policía y lo he conseguido. Siempre me faltó un techo, siempre he estado en la calle y no tenía nada, ni trabajo ni estudios. Y ahora soy policía, lo he conseguido. Que no se rindan, pueden hacerlo”.




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