El jabalí urbanita y un menú happy

Alcaldes de Uleila, Castro de Filabres o Gérgal saben bien que la superpoblación es un problema

Dos jabalíes paseaban, junto a la zona de El Palmeral. Foto: Pepe Martínez
Dos jabalíes paseaban, junto a la zona de El Palmeral. Foto: Pepe Martínez
Juan Antonio Cortés
11:55 • 04 oct. 2022

Hay en el Parque del Andarax dos puertas, pero por lo que se ve solo funciona una. O funcionan las dos, pero en la sureña, por donde la perrera, han echado el candado. Arriba, en la puerta que abre, hay una mujer con un traje verde dentro de un coche. Alguien le pregunta quién se encarga de limpiar y si hay cámaras.



-No, no. Yo estoy por los jabalíes.



-Ah, pensaba que era usted de Mantenimiento. Es que los Servicios son propios de un bar de carretera. De los de to la vida. Dicen que los adolescentes los usan para desfogar sus pasiones.



La mujer sonríe y musita.



- Qué va. Pero habría que poner cámaras, que hay mucha gente guarra.



-Y otra mucha gamberra -suelta el jubilado.



Una mujer acompaña al señor. Y un par de perros. Ma asunto, si aparecen, dice el viejo. 



-Aquí estoy, en tensión. Y al cerrar, vigilamos los contenedores porque bajan a comer. 


La conversación termina en una mañana de sol de finales de septiembre. El parque parece el área recreativa de Laujar, solo que faltan las veredas, las zarzamoras, el bosque, el ruido del agua y el aire de montaña que seduce al senderista.  Y en algunos también falta el civismo. 


Pero lo que el jubilado desconoce es que los jabalíes no andan muy lejos. El río Andarax, con su polvo desértico, esa Rambla ancha y pobre que, a veces, alumbra lágrimas de tormenta,  esconde alguna que otra guarida impertinente. Alguien abandonó un cerdo vietnamita con la misma facilidad con la que, tal vez, arrincona a sus mayores. Y también alguien le construyó una chabola con ramas en el río por piedad animalista. Allí han creado sus hábitats familias de guarines salvajes, que merodean por la desembocadura como Pedro por su casa. El río es suyo y suya parece la vegetación de arbustos del parque, en cuyos setos juegan al escondite buscando, quién sabe, alguna tendencia en Twitter.


A pocos kilómetros del delta del río, hay un barrio de meseta, calles planas y olor a tren, donde, por lo que dice Fitipaldi, viaja todo lo bueno y lo malo. Es Villa Inés, anclado entre un polígono industrial y una travesía, y rodeado de bancales con cañaverales y plantas bajas. Ahí, en una parada de autobús -Huércal, ahora sí, está en el siglo XXI del transporte público-, hay un joven con cara de no entender nada. Y de no sufrir nada. A derecha e izquierda del tipo estupefacto, quince jabalíes hermosos han salido de fiesta. Están bien gordos, parecen cerdos de diciembre a punto de matarife. Ni el joven se inmuta, ni los bichos se achican. El vídeo ha dado mil vueltas por washapp y son centenares los comentarios de vecinos preocupados por la naturalidad con que bajan a comer los jabalíes a los contenedores de La Fuensanta. 


Pero no es allí donde viven. Ayer lunes, el alcalde de Huércal, Ismael Torres, llamaba al Infoca para avisar de que en un polígono cercano, en apenas una hectárea de terreno, vive una piara muy numerosa. Algunos empresarios han sentido lástima al verlos en soledad  y olfateando en los contenedores, así que los han ido engordando con comida y los animales se han adueñado del lugar. 

Su destino será la reintroducción en las sierras. Allí, los alcaldes de pueblos como Uleila del Campo, Castro de Filabres, Gérgal o Bacares saben bien hasta qué punto la superpoblación de jabalíes es ya un problema de orden mayor. Durante años, arguye uno de ellos, el único control ha sido la caza, pero sería necesario esterilizar en masa porque cada año que pasa sube en torno a un diez por ciento el censo y provocan destrozos en huertas y fincas. 


Y mientras los cazadores piden permiso para las batidas y los animalistas critican las matanzas, no pocos conservacionistas abogan por la llegada del gran depredador. Claro, el lobo, el temido lobo que, durante siglos, ha dominado las umbrías de Los Filabres, Sierra Cabrera y las Alpujarras hasta que el miedo a los colmillos acabó con el último aullido. El jabalí es, ahora, el rey de montes, llanuras y, de un tiempo a esta parte, ciudades. Lo es, dice otro regidor, porque la naturaleza tiene sus leyes y el hombre ha intentado cambiarlas. 


Sea como fuere, la invasión de jabalíes es imparable. Se bañan en Las Negras, ligotean por el Paseo Marítimo de Mojácar, se atrincheran en Costacabana, pueblan las noches del Cabo de Gata. Les gusta la ciudad. Los contenedores ofrecen comida rápida, son el McDonald’s de estos puercos curiosos que han perdido el miedo al homo urbanita. Ya no necesitan desplazarse para comer bellotas o matar conejos. Les basta con un menú happy.



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