La libertad desbocada y la droga

1980 empezó con un atraco a una joyería de la calle Reyes Católicos

El popular barrio de la Chanca a comienzos de los años 80. Fue uno de los más castigados por la droga.
El popular barrio de la Chanca a comienzos de los años 80. Fue uno de los más castigados por la droga.
Eduardo de Vicente
00:44 • 14 ene. 2022 / actualizado a las 08:59 • 14 ene. 2022

Aquella ciudad cambiante de 1980 se llenó de libertad y también de libertinaje. La droga y la delincuencia vinieron de la mano y las calles perdieron su inocencia. Aquí que siempre presumíamos de que nunca pasaba nada, empezamos a sufrir un fenómeno desconocido hasta entonces, el de los tirones de bolsos y el de los atracos. 



El ocho de enero nos sorprendía la noticia de que la Joyería Navajas, de la calle Reyes Católicos, había sido atracada por unos encapuchados armados que se llevaron más de dos millones de pesetas de botín. Había robos importantes, pero lo que más afectaba al pulso diario de la ciudad eran los actos delictivos considerados menores. Todos los días le robaban el bolso a alguna mujer y todos los días le quitaban el reloj o el dinero a un adolescente en una calle solitaria a punta de navaja o se llevaban un coche haciéndole un puente.



No éramos tan libres como nos contaban porque la libertad y el miedo no pueden caminar juntos. Había miedo a salir de noche y cuando los sábados íbamos al cine y volvíamos después de las once, nuestros padres nos repetían la consigna de que no viniéramos nunca solos, que fuéramos en grupo para estar más protegidos.



Todos conocimos en nuestro barrio a algún muchacho que de la noche a la mañana se echó al monte y se convirtió en delincuente, en la mayoría de los casos por culpa de la droga, que se llevó muchas vidas por delante y arruinó a familias enteras.



La Almería de 1980, la de los primeros micro ordenadores y la del cine erótico, fue también la de los grandes centros comerciales. En aquel tiempo estaba de moda Ecoprix, en la Cuesta de los Callejones, que  se había puesto en marcha en el verano de 1975 con el eslogan “ven al economato de las definitivas soluciones”. Era una tienda a lo grande, donde lo mismo podías comprar una lata de foiegras de la marca el Pamplonica por doce pesetas, que un pantalón de pana Lois último modelo por mil quinientas.



Fue el invierno de la expo de la energía solar que organizó Ramón Gómez Vivancos y el curso de la huelga de profesores que a finales de enero dejó sin actividad a más de cuarenta centros educativos. Para los alumnos de entonces, una huelga del profesorado era un tesoro, una alegría que estaba por encima de las vacaciones oficiales porque llegaba de forma inesperada para regalarnos un descanso con el que nadie contaba. Qué momentos tan felices cuando llegabas a las nueve al instituto y en la puerta te daban la noticia de  que no había clase, que se había decretado el estado de huelga. De pronto, nos cambiaban el guión, pasábamos de la prisión de las aulas a la libertad total de la calle, ya que casi todos nos quedábamos dando vueltas de un lado para otro, con ganas de fiesta, en vez de volver a nuestras casas.



Aquella huelga de profesores coincidió con un acontecimiento extraordinario, la llegada al puerto de Almería de un submarino francés, el Diane, de sesenta metros de eslora. Los estudiantes desocupados acabábamos en el muelle de Levante, donde estaba atracado, para contemplar el buque y para ver si podíamos sacarle algo a los marineros franceses. A cambio de llevarlos a los bares de tapas o de decirles donde estaba el barrio de las mujeres de la vida, nos regalaban cajetillas de tabaco de la marca Gitanes, que tantos nos gustaban porque nos hacía diferentes. No era lo mismo en el contexto de los adolescentes de aquel tiempo fumarse un Gitanes que un simple Ducados o un Sombra.



Los marineros se paseaban por nuestras calles echando fotografías y se asombraban con el buen tiempo que hacía en invierno y con la imagen de las bolsas de basura en las puertas de las casas. El tema de la limpieza estaba siempre de moda por esa fama que teníamos de ser una de las ciudades más sucias de España. 


En aquellos primeros meses de 1980 se desató una polémica con las mascotas, que llegó a las páginas de los periódicos. Un grupo de vecinos pidió al Ayuntamiento que se tomaran medidas para que los dueños no dejaran a sus perros hacer sus necesidades en la calle y evitar así el triste espectáculo de las aceras llenas de excrementos. Pedían que el que tuviera un perro lo educara a que lo hiciera en el pasillo o en el patio de su casa, y que a la calle solo lo sacara a pasear.


En cuestiones de ocio, aquella Almería de comienzos de los ochenta estaba todavía muy ligada a las sesiones de cine de los fines de semana y a las discotecas, que aún no habían comenzado el declive y disfrutaban de un nuevo resurgir que vino de la mano de la película Fiebre del sábado noche, que se había estrenado dos años antes en el cine Imperial.


1980 fue el año grande de la discoteca Galaxia, que había comenzado su andadura el verano anterior en la barriada del Alquián y de la discoteca Barocque, que se mantenía en la cresta de la ola como el escenario preferido por la juventud en la noche de los sábados. Los Travoltas de Almería dieron sus primeros pasos en aquellas pistas llenas de luces, bailando hasta el amanecer con un cubata en la mano.


Temas relacionados

para ti

en destaque