Torrecárdenas: hospital europeo, aparcamiento africano

Una vergüenza que a nadie avergüenza

Aspecto que presentaba ayer el aparcamiento  de tierra del Materno tras las lluvias caídas en la mañana.
Aspecto que presentaba ayer el aparcamiento de tierra del Materno tras las lluvias caídas en la mañana.
Manuel León
07:00 • 19 nov. 2021

En la barra de la cafetería del Hospital Torrecárdenas reina cada mañana César. Entre cortados y medias de tomate con atún, entre el silbido de la cafetera y los aullidos de los clientes solicitando atención, está ese camarero corpulento que no se casa con nadie. Atiende por riguroso orden de llegada y ante un árbitro de la hostelería más imparcial que Guruceta nadie se puede quejar. No es un problema, la cafetería del Centro Hospitalario Torrecárdenas, a pesar de que a primera hora pueda parecerse al mercado que ponían en Regiones.



Tampoco lo es (un problema) la asistencia que se presta en el principal complejo hospitalario de la provincia, que acaba de estrenar un Materno Infantil, que cuenta con 500 médicos, 1.500 profesionales sanitarios y más de 700 no sanitarios; que cuenta con una veintena de quirófanos, con 125 consultas, que atiende 30.000 ingresos anuales, 180.000 urgencias y más de 400.000 consultas. 2.500 nuevos almerienses abrieron sus ojos por primera vez entre sus paredes el último año, aunque, en el debe, muchos también los cerraron.



Allí hay facultativos que hacen trasplantes de córnea, colonoscopias u operaciones de cadera; allí han llegado donaciones generosas de tecnología médica de gente tan exótica como Turki Al-Sheikh o tan multimillonaria como Amancio Ortega.



No se repara en esfuerzo para ir mejorando cada día: unos nuevos ecógrafos, una nueva mesa de anestesia o la sustitución de lámparas laparoscópicas. No suele -o no debe- haber remilgos cuando se trata de salud. Ya en 2017, Torrecárdenas estaba dotado por el SAS con un Presupuesto anual de 200 millones de euros. Tiene vitola desde hace unos años de Hospital Universitario y más pronto que tarde contará con una Facultad de Medicina a su lado. Todo eso y más es nuestro principal complejo hospitalario, allí donde los almerienses se la juegan de verdad para seguir con calidad de vida en este Valle de lágrimas.



El problema de Torrecárdenas que debería hacer palidecer de vergüenza a todo el Servicio Andaluz de Salud (SAS) en pleno, sin salvar a nadie, son los aparcamientos. No es un problema de Manolo Vida ni de Paqui Antón, o del próximo gerente que venga, no, es una carencia estructural y de hace mucho tiempo. Pero no por crónico debe olvidarlo Sevilla. En derecho comercial está la teoría de lo accesorio y lo importante, definida por a cuánta cantidad de gente afecta, no solo por la gravedad del hecho en sí.



No puede haber buen hospital si no se puede llegar a él. Hemos visto estos días cómo los alrededores del hospital se han llenado de bancos de piedra y de madera, de mesas para picnic, de césped postizo y de maceteros para hacer el centro más amable, más humano. Es de agradecer el esfuerzo, pero a uno le recuerda lo que le ocurría a Abundio con lo que hace el SAS en Almería: que compra las pilas, cuando aún no tiene la radio. Los almerienses, a tenor de las quejas diarias, no quieren tantos bancos para tomar el sol en la puerta del Materno, lo que quieren son unos aparcamientos dignos. Los de ahora no lo son. Porque unos aparcamientos a la intemperie, de tierra que se convierte en lodazal como ayer cuando llovió, con agujeros, fango y hondonadas, no son dignos de una provincia a la cabeza en el pago de impuestos y tributos en la Comunidad Autónoma. 



Ha mejorado el hospital en orden y en muchas otras cosas: antes se accedía a pajera abierta, ahora hay que tener un pase, mostrar el DNI, explicar a dónde vas al vigilante y hasta llevar un certificado de penales por si acaso. Y está bien. Pero esas mejoras no son compatibles con un parking africano e insuficiente. Por la mañana vemos subir a señoras mayores con bastón con muchas dificultades y los coches llegan hasta el Polígono San Rafael y a las cocheras de Ambulancias Quevedo.



Cuando se inauguró Torrecárdenas en 1983 en el monte junto a la torre del mismo nombre, era suficiente con la explanada que había, eran otros tiempos. Pero desde entonces apenas ha cambiado. El Virgen de las Nieves de Granada, el Carlos Haya de Málaga, la Arrixaca de Murcia tienen todos edificios modernos de aparcamientos, cerrados, pudiendo acceder al centro hospitalario por ascensor. En Almería, los usuarios tienen que andar por descampados embozados como delincuentes, entre polvo, bajo la mirada comprensiva de los vigilantes de Verdiblanca que poco pueden hacer más que dar un ticket que es como el salvoconducto de que has entrado en un infierno.


Torrecárdenas tiene tres aparcamientos: el del Materno, que es una jungla de tierra, para el que hay que esperar en cola de subida una media de veinte minutos en hora punta a que otro coche salga; el del helipuerto, donde va a ir la futura Facultad de Medicina, propiedad del Ayuntamiento, también de tierra como en un hospital en Botsuana; y el de asfalto, alejado, utilizado principalmente por personal sanitario, que a las 10 de la mañana ya está lleno. Eso es todo lo que tenemos, porque Torrecárdenas está en un risco y la orografía no permite más.


El SAS tiene en proyecto hacer un edificio de aparcamientos, pero no parece tener prisa. No quiere invertir. Quiere que se lo haga una empresa concesionaria a cambio de 40 o 50 años de explotación para una inversión que puede rondar los 10 millones de euros. Lo que sea para no tener que poner ni un euro. Hay al menos tres empresas interesadas y se han hecho estudios de viabilidad y proyectos para 800 y 900 plazas en varias plantas. Pero, aseguran fuentes conocedoras de este proyecto, se pueden quedar insuficientes desde el primer día, porque, en la actualidad, los tres aparcamientos que hay suman casi mil plazas y hay carencias con una demanda cada vez mayor. Sería demagógico incitar a que los paciente y familiares acudan por obligación en taxi o autobús para acabar con el problema, sería como si César, el camarero neutral de la cafetería antes referido, dijera una mañana: “A partir de ahora quien quiera desayunar aquí solo puede pedir tostadas de mantequilla”. Y no es eso. 



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