La tía María: 100 años de bondad

María Navarro López ha celebrado un siglo de vida. Cien años cuidando de los suyos

La familia se ha reunido en la bodega Montenegro para celebrar los primeros cien años de María Navaro López.
La familia se ha reunido en la bodega Montenegro para celebrar los primeros cien años de María Navaro López. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 16 may. 2021

María le ha enseñado a los suyos que la felicidad no es un destino, sino un camino que se puede recorrer a diario, un itinerario de pequeños detalles que hay que intentar transitar con la mirada alta y una sonrisa en los labios. 



María es ‘la tía María’, el faro de su familia, el eje sentimental sobre el que han girado las penas y las alegrías de los Navarro en el último siglo. Acaba de cumplir cien años, pero sigue mirando a la vida con esos ojos de adolescente que no han necesitado nunca ir al oculista. Ni necesita gafas de cerca, ni de lejos y en el último análisis médico tiene el colesterol de una niña de quince años y la tensión arterial como un corredor de fondo. Cuando alguien le pregunta cuál es su secreto para seguir siendo joven, ella se ríe, y en ese gesto ya lleva la respuesta. 



María Navarro López nació en Granada el siete de mayo de 1921, pero siendo niña se vino con su familia a Almería, donde su padre montó un importante negocio de fontanería. Su padre era el maestro Eduardo, el fontanero de la calle Ricardos, y su madre, la señora María López Quesada.



Tuvo la suerte de criarse en una familia numerosa. Fueron diez hermanos, aunque sobrevivieron solo seis: Francisca, Juana, María, Angelita, Amador y Eduardo. Una de ellas, Paquita, llegó a ser todo un personaje en la ciudad por su oficio de peluquera, que compartía con su esposo, el famoso peluquero de señoras Cayetano Núñez, toda una institución en la Almería de los años cincuenta.



María fue siempre ‘la tía María’ porque dedicó su vida a su familia, sacrificando incluso su juventud y un noviazgo. Prefirió quedarse con los que más la necesitaban que emprender una nueva vida al lado del muchacho que la pretendía. Primero cuidó a sus padres y después tuvo que cuidar de sus hermanos, sobre todo de Eduardo, el menor, que estuvo a punto de encontrarse con el Todopoderoso antes de tiempo. 



Eduardo Navarro López, el hermano pequeño, había  elegido el camino del sacerdocio y era tanta su vocación que no dudaba en visitar a los enfermos infecciosos del Hospital y brindarles su aliento. Quizá fue en una de estas visitas en la que contrajo una enfermedad que entonces parecía incurable, la lepra, de la que estuvo a punto de morir. La noticia de la enfermedad cayó como una losa en la familia. María, que entonces estaba noviando y preparándose para el matrimonio, lo dejó todo para cuidar a su hermano, que durante cinco años estuvo ingresado en el sanatorio de leprosos de Fontilles, en Alicante. Un día llamaron a la familia porque la salud del enfermo había empeorado y se temía por su vida. María hizo el equipaje y se marchó al sanatorio para acompañar al querido hermano en sus últimos instantes. 



No se separaba de la  cama; le contaba historias, le hablaba de Dios, siempre con la sonrisa en los labios. Fueron tres meses junto al lecho hasta que de forma milagrosa, Eduardo remontó el vuelo. En la familia siempre se contó esta historia con la seguridad de que solo el cariño de la tía María fue capaz de obrar el milagro. Cuidó a su hermano, a sus abuelos, a sus padres y sigue cuidando de sus sobrinos que todas las semanas van a visitarla a la casa sacerdotal de la Plaza de la Catedral. Hace unos años, ella, para no dar tormento, decidió pasar el resto de sus días junto a su hermano Eduardo en la residencia del Obispado, y allí sigue, alegrando las tertulias de los sacerdotes y dándole a todos una nueva lección de vida.




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