El crimen de la calle del Cubo

Al contrabandista José de Burgos lo mataron de un trabucazo al salir de oír Misa en la catedral

La Plaza de la Catedral a plumilla junto a donde fue asesinado José de Burgos Coronel.
La Plaza de la Catedral a plumilla junto a donde fue asesinado José de Burgos Coronel.
Manuel León
07:00 • 10 ene. 2021

José de Burgos Coronel -un pinturero contrabandista de la Almería del siglo XIX- salía una tarde de abril de 1850 de oír Misa en la catedral, cuando aún quedaba algo de claridad en las calles. Carmen Cañizares, su esposa, lo agarraba del brazo derecho y por delante iban cuatro de sus niños, los más pequeños, haciendo fiestas entre la alameda de la plaza catedralicia. Embocó la familia por la calle del Cubo en esa jornada primaveral cuando fueron asaltados por dos malhechores embozados que abrieron fuego contra el patriarca con un retaco o escopeta corta hiriéndolo de muerte.



Los criminales le salieron al paso escondidos en un portal y le dispararon a quemarropa por la espalda. José cayó al suelo bajó el Sol de Villalán goteando sangre por el costado y los autores del asesinato huyeron a toda prisa por la Plaza de los Olmos dejando tirado el trabuco. Milagrosamente ni la mujer ni los infantes resultaron heridos por los proyectiles, aunque Carmen cayera desmayada de la impresión y su marido moribundo tuviera que gritar auxilio. Aún pudo prestar declaración el herido con el poco aliento que le quedaba de vida para fallecer a las pocas horas sin que el facultativo que le atendió pudiera hacer nada para cercenar la intensa hemorragia.



Iba la familia camino de su casona en la Rambla de Gorman (actual calle de la Reina) que hacía esquina con la calle Arsenal (actual Pedro Jover) para organizar una merienda con los niños de los Spencer y de los Barron, que vivían en casas contiguas, pero esa inesperada descarga de pólvora se interpuso. 



Muchas versiones se dieron en aquella lejana Almería del horroroso atentado y se culpó a la autoridad gubernativa de no haber actuado porque se tenían sospechas de que podía pasar lo que pasó. También se llenaron artículos, a raíz del alevoso asesinato almeriense, por la facilidad con la que se concedían licencias de armas. 



No había en ese año de 1850 ningún periódico en Almería, al menos que se haya conservado para consultarlo, por lo que las crónicas por la muerte del hacendado  almeriense llegaban a Almería en correo de postas desde diarios de Madrid como El Clamor Público y La Patria. 



Fueron denunciados por el fiero crimen José Martínez Berenguel, vecino de Terque y autor de los disparos, junto a su compinche, Juan Diego Martínez, de Bentarique.



El juez Juan Nepomuceno publicó un edicto por el que pedía a los alcaldes de esos pueblos que procediesen a practicar las averiguaciones sobre su paradero. Nunca se logró saber quién estuvo detrás de la muerte de don José de Burgos, puesto que los dos acusados actuaron como meros sicarios, aunque según uno de su tataranietos -Pedro Blanco Naveros- por la información oral que se ha ido conservando en la familia, todo se debió a un ajuste de cuentas de un soplón al que José de Burgos había propinado  meses antes una paliza. Los Burgos eran una familia enraizada en Almería desde el siglo XVIII que se fueron  enriqueciendo a lo largo del XIX con actividades mercantiles y su tránsito por la política local. 



José de Burgos Coronel nació en una desahogada familia. Su padre Felipe de Burgos, tenía posesiones en la vega, y su madre, María Coronel, contaba con varios molinos harineros en el pago de La Palma en El Alquián. Hizo un buen casamiento con Carmen Cañizares Pérez Gil Torres de Navarra, cuyo linaje había sido propietario de vastos territorios y del Castillo de Rodalquilar. Tuvieron nueve hijos: Carmen, Angustias, Mercedes, Concepción, María del Mar, Matilde, Bernabé, Agustín y José, éste último padre de la escritora Carmen de Burgos ‘Colombine’, uno de los niños que contempló con sus ojos el asesinato de su padre.


La célebre autora almeriense noveló el personaje de su abuelo en dos de sus novelas: ‘El último contrabandista’, donde aparecía con el nombre de don Antonio Olivares y en ‘Los inadaptados’, donde hace el papel de don Luis Espinosa. En ellas se explaya Colombine describiendo la personalidad poderosa de su ancestro, su influencia en esa Almería decimonónica y sus negocios de contrabando de ropa y tabaco que llegaban desde las bodegas de los bergantines a la orilla de calas como la de Las Negras o Los Escullos en fardos.

Una mercancía de estraperlo que luego sería vendida en comercios de la calle de Las Tiendas. Así aparecían como por encanto, en esas noches oscuras sin lunas delatoras, cajas de mantones  de manila o barriles de ron y tabaco inglés.


En la playa, junto a los jabegotes que tiraban descalzos de la tralla, se apostaban los centinelas de don José de Burgos, cubiertos con chaquetón de paño y faja de estambre, con los carabineros de turno haciendo casi siempre la vista gorda.


 El prócer del contrabando tenía también grandes extensiones de tierra por todo el valle de Rodalquilar y del Cabo de Gata y un cortijo en medio del valle donde  pasaba temporadas y donde se celebran los bautizos, las bodas y hasta los velatorios de sus decenas de aparceros. Era como ‘un padrino’ del sur de España en ese pretérito siglo XIX almeriense. 


Pero todo ese tejemaneje mercantil a pie de playa, todo ese entramado de afectos del terrateniente y sus labradores se quebró cuando a don José le llenaron el cuerpo de metralla esa tarde de primavera junto la piedra de la Seo almeriense, en esa siniestra calle del Cubo que se tiñó con su sangre hace ahora 180 años; todo el desahogo de esa familia empezó a trocarse en estrecheces y la viuda tuvo que empezar a vender propiedades como la mansión de la Rambla de Gorman al empresario minero Guillermo Huelin y a su esposa Carolina. Y así con casi todas sus propiedades del Cabo de Gata. 


Los hijos y nietos de aquel malogrado contrabandista se fueron -se han ido- desde entonces emparentando con otras familias almerienses como los Leal de Ibarra, los Naveros, los Huertas, los Fernández de Beloy, los Pérez, hasta calar en casi todo el tejido social de la contemporánea ciudad de Almería.



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