La Plaza Vieja antes del pingurucho

Alrededor circulaban los coches que entraban por la calle Marín y salían por el arco

La Plaza Vieja en los primeros años setenta, cuando circulaban los coches por alrededor y se podía utilizar como aparcamiento.
La Plaza Vieja en los primeros años setenta, cuando circulaban los coches por alrededor y se podía utilizar como aparcamiento.
Eduardo de Vicente
07:00 • 09 oct. 2019

La plaza estaba rodeada por una carretera por la que circulaban los coches que venían desde el centro por la calle de Marín y salían por debajo del arco que conectaba la Plaza del Ayuntamiento con la calle José María de Acosta, también conocida como la calle del cine Moderno. Los coches, con su presencia, acorralaban la plaza porque aparcaban pegados a los bordillos de sus aceras, limitando el espacio central que empezaba a los pies de los árboles.



Era la Plaza Vieja de los años setenta, antes de que instalaran el monumento a los mártires de la libertad, una plaza en la que los jardines tenían que competir todos los años con los festivales y las actuaciones musicales de agosto que convertían el recinto en un campo de batalla. Cuando pasaba la feria había que recomponer todo aquel espacio para que recuperara su condición de Plaza del Ayuntamiento.



En aquella plaza todavía reinaban los ficus y las sombras y los bancos que propiciaban la vida vecinal. Se puede decir que el lugar tenía varios ambientes según la hora del día. Por las mañanas se imponía el pulso que marcaba la vida del ayuntamiento y por las tardes el ritmo lento de la vida vecinal con el bullicio de los niños como banda sonora. Los domingos, cuando cerraban las oficinas municipales, la plaza era un lugar de reposo que a veces se aprovechaba para poner un mercadillo filatélico y que el barrio no se quedara desierto. 



Por la Plaza Vieja pasaron grandes películas en la época dorada de los rodajes, grandes estrellas del cine, de la música y del teatro, y hasta un concurso en directo de Televisión Española, ‘Los hombres saben los pueblos marchan”, que llenó de fiesta toda la manzana.



Los festivales de España, reconvertidos en los años de la democracia en festivales andaluces, convirtieron el recinto en un gran escenario sin que los árboles fueran un obstáculo. Hubo sitio para todos, para el público, para los artistas y para los viejos ficus que a comienzos del siglo pasado ya echaban raíces en lo más profundo de la plaza. 



La Plaza Vieja estaba presente en  la vida de los almerienses y se  ponía en valor constantemente como centro de actividades culturales. De allí salía la Cabalgata de Feria y la Batalla de Flores, allí vimos un día al Ballet Nacional de Cuba, a Mercedes Sosa, a Carlos Cano, cuando miles de personaban abarrotaban todos sus espacios en presencia de los árboles.



Hubo un tiempo en que la Plaza Vieja tuvo sus retretes debajo del suelo, que fueron sustituidos con el tiempo por un espacio ajardinado y dos cañones de verdad. Aquellos cañones apuntaban al balcón principal del Ayuntamiento. Siempre había algún niño del barrio que contaba la historia de que los cañones se colocaron así para que los alcaldes supieran que estaban vigilados.  Los cañones, de hierro fundido, reposaban sobre pedestales de madera, que eran utilizados por los niños para jugar a la guerra y por las parejas de novios para echarse fotografías. El conjunto estaba guardado por diez pilares que sostenían diez bolas  de piedra de munición de las que existían detrás del cerro de San Cristóbal. El monumento acabó sus días con una bola menos, desde que en el verano de 1978 unos vándalos nocturnos profanaron los cañones robando uno de sus ejes y llevándose de recuerdo una de aquellas pesadas bolas de piedra. De la historia de los cañones contaban que el cañón original se encontraba antigüamente en la Plaza Pablo Cazard, frente a la Escuela de Artes y que estaba semienterrado verticalmente para proteger una de las esquinas. Al realizar unas obras, en tiempo del alcalde Francisco Gómez Angulo, se acordó recuperar el cañón y colocarlo como adorno en la plaza del Ayuntamiento. Para que resultara más estético, se hizo un duplicado en los talleres de Oliveros



La historia de los cañones estuvo rodeada de polémica cuando se acusó al ex-alcalde Emilio Pérez Manzuco de haberse llevado los originales al cortijo que poseía en la barriada de la Pipa y haber dejado la copia en la Plaza Vieja. El asunto fue recogido por la revista Interviu. Fueron las propias autoridades municipales las que salieron al paso de estas informaciones para explicar que el señor Pérez Manzuco, poco antes de fallecer, solicitó al alcalde uno de los cañones para hacerse una copia. La petición se llevó a la Permanente Municipal, que no tuvo inconveniente en conceder la solicitud.


Los cañones de la Plaza Vieja formaron parte de la vida  del barrio hasta que en 1988 desaparecieron cuando se iniciaron las obras para colocar en la plaza el cenotafio de los Coloraos


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