El ocaso del Mesón y los americanos

El 19 de julio llegó el primer vuelo Charter de Estados Unidos con 250 americanos

El Mesón Gitano tenía hasta pozo y parecía un vergel rodeado de miseria.
El Mesón Gitano tenía hasta pozo y parecía un vergel rodeado de miseria. Eduardo Pino
Eduardo de Vicente
07:00 • 18 jul. 2019

Fue el último 18 de Julio con Franco, uno más en el calendario sentimental de tantas familias que como siempre pasaron el día tomando el fresquito en la orilla de la playa. Al anochecer, la gente regresaba a la ciudad en caravana, con las neveras vacías, con gesto de cansancio pero con muy buen color. 



Al día siguiente todo el mundo estaba perfectamente bronceado después de una larga jornada playera y en casi todas las casas teníamos el regalo de uno de aquellos balones inmensos de plástico de color azul que regalaban con la crema Nivea. El ungüento se usaba para refrescar la piel después del sol en una época donde casi nadie utilizaba crema protectora porque estábamos convencidos de que el sol era una fuente natural de salud.



Mientras caía la noche y las playas se apagaban, las luces del Mesón Gitano llenaban de fiesta la ladera principal de la Alcazaba. Eran también los últimos coletazos de aquel escenario mágico que se había inventado Luis Batlles en medio de la miseria. El 18 de Julio de 1975 el Mesón Gitano trataba de remontar el vuelo con una cena-baile desde el mirador de Almería. Y era cierto, aquel balcón era un gran mirador que te permitía  contemplar la belleza de la bahía desde Roquetas a Cabo de Gata y a la vez, mientras cenabas, ver como algún vecino de los que habitaban las cuevas de los barrios cercanos hacía sus necesidades en medio de las pencas. A aquella escaramuza se le llamó cagar con público y tenía como precedente a los espectadores de la terraza del cine Moderno, que desde las alturas veían a los inquilinos del Cerro de San Cristóbal en cuclillas con los calzones bajados. La estampa llegó a ser tan habitual que los niños que íbamos con frecuencia al cine conocíamos al caganer de turno con  solo verle el trasero. 



Sonaba la música de la orquesta en el Mesón Gitano en esa noche profunda del 18 de Julio, cuando media Almería, agotada de tanta playa, descansaba en paños menores en las puertas de las casas. Después de aquel verano la vieja costumbre de salir al tranco a tomar el fresco, a cenar y hablar con los vecinos entró en  un declive  imparable. La televisión hizo mucho daño, pero sobre todo la aparición de la delincuencia que se convirtió en una plaga en los años de la Transición.



El 18 de Julio de 1975 nos trajo la visita del señor Bjokkman, que nada más que con leer el apellido en el periódico sabíamos que venía desde muy lejos, casi del fin del mundo. Su presencia desató los comentarios en las barras de los bares y en las tertulias de los cafés, ya que era el director de producción de la agencia de viajes sueca ‘Vingresa’, famosa por traer ingentes cantidades de turistas escandinavos a Torremolinos y Benidorm. Venía en un viaje de inspección con objeto de estudiar la promoción de un hotel en la urbanización de Playa Serena. Unos se frotaban las manos por el futuro negocio y otros, los niños y los adolescentes de la época, porque por fin íbamos a tener la oportunidad de ver de cerca a una de aquellas suecas que formaban parte de nuestra rudimentaria mitología erótica.Llegó el enviado del turismo sueco y llegaron los americanos, que el 19 de julio de 1975 aterrizaron por primera vez en el aeropuerto de Almería a bordo del primer vuelo Charter que nos visitó. 250 ciudadanos de Estados Unidos que se fueron a Aguadulce a pasar dos semanas de vacaciones.



Eran días de fiesta continua y después del banquete playero del día de la fiesta nacional los almerienses empezamos a contar los semanas que faltaban para la Feria y los días que nos separaban del famoso festival de la canción que entonces organizábamos y que ese año nos iba a traer como concursantes a dos figuras importantes como Jeannete e Hilario Camacho.



Otro acontecimiento que se vivió intensamente en la ciudad aquel verano fue la inauguración de Ecoprix, el economato de las definitivas soluciones, según contaban en la publicidad, una tienda a gran escala que acabó convirtiéndose en el refugio de las familias de la clase media alta en la tarde de los sábados. Pero aquí, lo que más nos gustaba al pueblo llano, seguían siendo los bares. En el verano del 75 ya estaba de moda el Molino de los Díaz y el bar Las Garrafas, el Rincón de Juan Pedro y el restaurante del complejo Bayyana. “No diga hasta mañana, diga Bayyana”, decía el eslogan.



Fue el último 18 de Julio de julio con Franco, cuando ya se notaban los vientos de libertad, cuando la agricultura almeriense luchaba por dejar de tener la menor producción de todo el sureste antes de que se produjera el gran milagro del cultivo bajo plástico.



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