Cómo nacieron y sobrevivieron los churros con más historia de Almería
Comenzaron como ambulantes en 1964 para convertirse décadas después en uno de los kioscos más míticos de la capital

Alejandro Marín, hijo de Luis Marín, frente al histórico kiosco-churrería.
De ser un puesto ambulante en las ferias provinciales a endulzar las mañanas desde un parque de la capital de la mano de un equipo de casi una decena de empleados: el Kiosco Churrería Luis Marín ha sabido adaptarse a los tiempos y hacerse un hueco en el palpitante corazón de la gastronomía almeriense gracias a sus constantes ampliaciones, a su receta inalterable y un trato cercano y cálido hacia los clientes.
En este pequeño gran rincón de la ciudad madrugar duele un poco menos: "Aquí vemos desde bien temprano a gente que vuelve de fiesta, familias que se van de viaje y quieren su café con churros antes de salir, también trabajadores que entran al turno muy pronto o incluso a gente que sale de un turno de noche y le apetece un chocolate caliente...", enumera Alejandro Marín, hijo de Luis Marín y nieto del homónimo fundador.
Los churros con chocolate de este mítico kiosco representan el placer de un desayuno cuidado y recién hecho rodeado de una clientela que bien podría constituir una pequeña muestra de lo que es la sociedad almeriense: desde políticos de todas las ideologías hasta vecinos del barrio que arrancan a cantar una copla andaluza cuando uno menos se lo espera, el local rezuma vida e historias por cada uno de sus costados.

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Unos orígenes humildes
La historia de la churrería de los Marín comenzó en 1964, cuando Luis Marín se trasladaba de feria en feria vendiendo su producto: "Mi abuelo empezó con el negocio en una época de transición, cuando los churros eran un alimento barato y muy demandado", cuenta Alejandro Marín, quien representa la tercera generación al frente del negocio, junto a su hermano Luis.
Sin apenas ser conscientes de su éxito, el kiosco dio un salto hasta asentarse de manera estática junto a la antigua gasolinera de La Gloria, una ubicación que no fue la definitiva. En el año 2000 la modernización de la ciudad de Almería obligó a la familia a trasladarse a su emplazamiento actual: "Fue a raíz de la construcción de la Rambla. Yo era aún pequeño pero me acuerdo del miedo de mis padres. Temían que la clientela no nos siguiera, pero el barrio respondió muy bien y pudimos incluso ampliar el local", recuerda con orgullo el artesano.

Churros y chocolate del Kiosco Churrería Luis Marín, en la capital almeriense.
El secreto del éxito, generación tras generación
Generación tras generación, el kiosco ha conocido entre sus dueños a hijos que se convertían en padres y a niños en adultos; es el reflejo de un negocio familiar que ha prosperado entre chiquillos que correteaban de un lugar a otro y sucesiones naturales. Luis, el padre de Alejandro, creció ayudando a su progenitor en la churrería, mientras que sus hermanos optaron por otros caminos.
La tradición se mantiene con Alejandro y su hermano, quienes, a pesar de haber estudiado sendas carreras universitarias, decidieron continuar con el negocio familiar: "Yo soy periodista, pero esto me hace más feliz. El contacto con la gente, el conocer sus historias... es un trabajo muy agradecido", afirma feliz, no sin reconocer que la churrería lo ha convertido en una suerte de personalidad pública a la que todo el mundo saluda por la calle.
La calidad de una artesanía mantenida en el tiempo es en gran medida la receta que con tanto mimo siguen en el establecimiento: "Nuestros churros no llevan levadura, solo bicarbonato, lo que los hace más digestivos y ligeros", explica Alejandro, quien asegura que hay personas que pueden tomarlos todas las mañanas sin notables consecuencias. Además, su chocolate, que tuvo que ser reformulado tras el cierre de la fábrica original, sigue manteniendo la esencia que tanto enamora a sus clientes. "Mi padre se tiró semanas probando hasta encontrar el espesor perfecto", recuerda.
La peculiaridad se apoya en la barra
Si bien sus productos recién hechos son la esencia de su triunfo, el trato al cliente no se queda atrás. En su quiosco conviven todo tipo de personas: trabajadores madrugadores, juerguistas que regresan a casa al amanecer, jueces, obreros y personas sin hogar que se toman un café caliente con lo justo. "Aquí nos adaptamos a lo que quiere el cliente: más tostados, menos, más gordos, más finos... Cada uno tiene su ración a su gusto", asegura con orgullo.
Es esta mezcolanza de personalidades las que han dejado tras de sí tantas anécdotas como para escribir un libro, desde clientes con peticiones peculiares -"póngame un café ardiendo, pero que el vaso no queme"-, hasta encuentros insólitos el día de las elecciones, en el que políticos de distintos partidos coincidieron desayunando en mesas contiguas. "También ha habido momentos surrealistas, como jóvenes que empiezan a cantar y terminan formando aquí una fiesta improvisada", recuerda entre risas.
Si bien cuestiones como su logo o su extensión han experimentado una gran transformación, los Marín siguen apostando por "lo de toda la vida": "En un mundo industrializado, lo hecho a mano tiene su hueco", defiende Alejandro. Su churrería es una referencia en Almería, pero él no ve competencia en el sector: "Cada churrería tiene su público, hay sitio para todos".
Después de 60 años y tantas generaciones, la tradición de los Marín sigue firme, con la harina, el aceite y el chocolate como ingredientes de un legado que endulza cada día a los almerienses.