No me gustan los partidos a largo plazo. Tengo presente aquellas dos semanas de preparativos y llamadas a la afición de los consejeros del Almería para luego que te meta tres roscos el rival en tu campo y te quedes con uno menos a las primeras de cambio. Vaya partido señores, vaya partido.

Aquí no estamos para preparar finales. No estamos para que el campo sea una “caldera” como decía Blanes en sus tiempos, ni para meter un gol desde la grada en el “fortín”. Lo nuestro es más de aquello de: “que sea lo que Dios quiera” que comentaba Juan Melero en sus tiempos de rojiblanco.

Un partido a tanta distancia y con tantos días de preparación lo que genera es ansiedad en el futbolista y angustia en la afición. Todo termina en llamamientos sin respuestas y la mayoría de las veces con derrota rojiblanca.

Es mejor pillar al Levante a los 7 días de caer en San Mamés que con tanto margen de tiempo con una plantilla que echa fuego en canda entrenamiento: a las pruebas me remito si miramos la pasada semana.

Por muchos días de preparación que te de la Liga, al final o controlas a Uche y Barral o te buscan la ruina, lo mismo de siempre pero con mayor margen. No va a cambiar la decoración por más días de trabajo. Almería y Levante van a seguir siendo los mismos pero puestos a elegir: yo jugaría más tranquilo en Valencia.

El partido ya lo sabemos de memoria porque van unos cuantos en casa y no veo yo a ese Almería a tumba abierta buscando goles ni a un Levante al ataque en el Mediterráneo.

Lucas Alcaraz y Juan Ignacio no encuentran consuelo en la clasificación y cada día que pasa su deseo es competir y ganar. No les queda otra.

Por cierto, hablando de aquel partido del Ourense, creo recordar que aquella semana hubo malos rollos entre los jugadores y se notó mucho en aquella final que perdió Almería. Porque los jugadores salieron cada uno por su lado y el descenso se quedó aquí.