Ha sido llegar él y fugarse de la zona descenso. Lucas Alcaraz ha devuelto la alegría al Ciutat de València. El Levante tenía muy mala pinta esta temporada. No ganaba ni marcaba a nadie. Nada quedaba de aquel equipo que apretaba las clavijas al mismísimo Barcelona o hacía sudar sangre al Real Madrid. El quinto proyecto había comenzado con demasiadas dudas, llegaron los nervios y la Dirección Deportiva, que había apostado por un cambio de modelo a pesar de que seguían los mismos jugadores, decidió enmendar su error y destituyó a José Luis Mendilibar.

La hora de analizar el papel de algunos jugadores durante los últimos meses ya llegará, pero desde que Lucas Alcaraz está a los mandos, el Levante ha despegado. Cuando llegó era decimonoveno con unos raquíticos cinco puntos (tan solo una victoria) y ahora respira a mitad de tabla (decimotercera posición) con 12 puntos, gracias a las victorias ante Almería y Valencia y el brillante empate en el Sánchez Pizjuán.

La fuga de Alcaraz ha ido unida a la recuperación del ADN granota. Ahí radica la gran aportación del míster granadino. El Levante vuelve a ser ese equipo que lucha a corazón abierto y ha recuperado la personalidad y el carácter de antaño. Bien parapetados atrás, sin dejar ningún balón por pelear y aprovechando cualquier fallo del rival. Valencia y Sevilla ya han sufrido los rigores del renacido Levante.

Con los goles de Casadesús (tres jornadas consecutivas marcando), el músculo de Diop y Sissoko en el doble pivote y la magia de jóvenes como Morales, Rubén o Camarasa, el Levante vuelve a mirar el futuro con optimismo.