La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los cortijos de Baeza y de Góngora

Eran las dos grandes fincas de la Rambla de Belén, un paraíso en los años treinta

Un grupo de muchachas en la zona conocida como los cortijos de Belén allá por los años veinte, cuando aquel lugar formaba una aldea con vida propia.

Un grupo de muchachas en la zona conocida como los cortijos de Belén allá por los años veinte, cuando aquel lugar formaba una aldea con vida propia.Archivo M. Moreno

Eduardo de Vicente
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Nadie pasaba por la zona de los cortijos de Belén porque no era un camino; aquel barrio formaba una aldea aislada que en los años treinta llegó a contar con doscientos vecinos que vivían salpicados en las fincas y en los cortijos que se extendían junto al cauce seco de la Rambla de Belén.

Aquella barriada que pasaba desapercibida al norte del cortijo de Fischer, amparada en la soledad del cauce de la rambla y de los cerros que la rodeaban, era un lugar salpicado de cortijos, de huertas, de establos y de cuevas. Estaba a quince minutos de la Puerta de Purchena, pero la distancia parecía mayor porque no tenía otro camino que el sendero de polvo y tierra que se abría paso en la misma rambla ni más luz que la que le daban los cortijos que la habitaban. Fueron los propios vecinos, encabezados por el terrateniente don Agustín Baeza Echarri, propietario del cortijo Baeza, el más importante en cuanto a extensión que había en la zona, los que en el otoño de 1925 se sublevaron contra el Ayuntamiento para exigirle el derecho de la luz eléctrica.

Hasta entonces, los cortijos de la rambla de Belén y la zona llamada de las canteras solo era transitable de día, ya que de noche el escenario se quedaba completamente a oscuras.

Aquel lugar estuvo siempre marcado por el temor a las inundaciones, a que la rambla viniera cargada de agua y lo destrozara todo. Sufrió las consecuencias de la riada de 1871 y también la de 1889, cuando el entonces Alcalde, Juan Lirola, se personó en el barrio para ayudar a los vecinos cuyas tierras y viviendas habían quedado anegadas. Las aguas torrenciales del 11 de septiembre de 1891 volvió a hacer estragos en la zona, inundando tierras y causando grandes daños materiales, pero las familias siguieron viviendo allí, agarrados a ese pequeño paraíso tan al margen de lo que sucedía en la ciudad.

En los años treinta los dos cortijos principales eran el de la familia Baeza y el de los Góngora. En el conocido como cortijo de Baeza vivía el ingeniero don Agustín Baeza Echarri, junto a su esposa Rosario Sacarelo. Habitaban la casa principal junto a dos sirvientas, las hermanas Garrido, que eran naturales de Fiñana. En las posesiones de los Baeza vivía también los hermanos Gabriel y Alfonso Ugarte, el primero trabajaba como chófer del terrateniente y el segundo era el encargado de la mecánica. Las otras viviendas que forman la finca estaban habitadas por las familias de los agricultores que se encargaban de la tierra: un hortelano, un labrador y un parralero.

El cortijo de Baeza contaba con una espléndida balsa y una zona de arboleda por la que apenas entraba un rayo de sol en los días calurosos de verano, constituyendo un auténtico refugio cuando llegaban los temidos meses de julio y agosto. En las noches de verano la familia solía organizar fiestas los fines de semana a las que asistían familias de la alta sociedad almeriense, en especial las vinculadas con la sociedad del Tiro Nacional, de la que era miembro el señor Baeza.

En aquel universo entre La Molineta y el cerro de las Cruces, destacaba entre todas las construcciones el palacio del llamado cortijo de Góngora, que todavía se mantiene en pie pegado a la carretera que se construyó sobre lo que era el cauce de la Rambla de Belén. En los años treinta, cuando todavía vivía sus años de máximo esplendor, la mansión de los Góngora era un auténtico vergel, un paraíso para sus propietarios, el rico comerciante Juan Góngora Salas, su esposa Carmen Galera y sus nueve hijos: Fernando, Carmen, Antonio, Emilio, Isabel, Concepción, Josefa, José y Pilar. Uno de ellos, Antonio, llegó a ser un auténtico personaje en Almería. Licenciado en Ciencias Exactas, destacó sobre todo por su labor como arquitecto en los años de la posguerra.

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