La moda de la ropa de marinero
El conjunto de marinero llegó a formar parte de la ropa infantil de los domingos

El niño José Antonio Membrive, luciendo un bonito conjunto de marinero que le habían comprado para el verano.
El conjunto de marinero, todo de blanco con ribetes azules en las mangas y en el cuello, fue una moda que se prolongó durante varias generaciones. Vestir al niño de marinero para lucirlo en el parque fue la ilusión de tantas madres de una época donde aquella indumentaria no estaba al alcance de todas las familias. Había que esforzarse, apurar al máximo en el ahorro para comprar ese traje de marinero que aparecía cada primavera en los escaparates de las principales tiendas de ropa de la ciudad.
Para las madres era una victoria ver a sus hijos vestidos de blanco, bien peinados y oliendo a colonia, pero no tengo tan claro que para los niños fuera un momento de plena felicidad salir a la calle con aquella vestimenta que le acababa cortando las alas, ya que manchar aquel traje inmaculado hubiera sido una profanación. Vestidos de marineros los niños subían dos escalones en el escalafón social ante la mirada de los otros, pero tenían que soportar la condena de no poder tirarse al suelo, de no poder tocar una pelota con las manos, de no montar en bicicleta para no mancharse de grasa y de no comerse el helado hasta que no llegara a su casa y se cambiara de ropa.
Había niños que tenían el traje de marinero sin tener que pasar por una tienda porque se lo daban en el colegio. Eran los alumnos de la escuela de los Flechas Navales, que se pasaban todo el año metidos en sus uniformes: el azul oscuro para los meses de invierno y el blanco cuando llegaba el verano.
El traje de marinero estaba tan arraigado que, durante veinte o quizá treinta años, fue la vestimenta favorita a la hora de hacer la Primera Comunión. Fue a partir de los años cincuenta, cuando las familias empezaron poco a poco a progresar y a dejar atrás los tiempos más duros del hambre, cuando comenzó a imponerse la moda de los vestidos y los trajes de Primera Comunión.
Los niños de la posguerra se conformaban con una camisa blanca, un pantalón limpio, unos zapatos relucientes y un vestido inmaculado a la hora de su encuentro con Dios, pero las generaciones posteriores dieron un paso adelante para que la fiesta fuera completa. Las familias progresaban y uno de los síntomas de que la vida ya no les apretaba tanto, era la del traje nuevo del niño y el vestido recién estrenado de la niña para hacer la Primera Comunión, aunque hubiera que estar ahorrando un año para conseguirlo.
Fue en aquellos años cuando llegó la moda del traje de marinero, que convertía a los niños en militares prematuros, como si acabaran de desembarcar de una fragata de juguete. La verdad es que se trataba de una indumentaria que favorecía bastante. Hasta el niño del rincón más pobre del barrio más deprimido, parecía un almirante cuando la madre le ponía el traje de marinero y le echaba el flequillo en la frente. El color azul de las hombreras y del cuello, destacaba en medio de la blancura de la chaqueta abotonada que el sol radiante de mayo se encargaba de remarcar.
Cuando terminaba la ceremonia oficial los niños sentían un profundo alivio y un estado de felicidad propio del que recupera su identidad. Regresaban a sus casas y los recompensaban con un suculento desayuno donde no faltaba el chocolate, los churros y las galletas, que eran el gran festejo en aquellos años, antes de que la Primera Comunión se celebrara como las bodas.
Después los paseaban por las casas de los vecinos como héroes de no sé qué guerra para que les recordaran que ya estaban hechos hombres y que a partir de ese momento tenían que ser un ejemplo de virtud. Cuando acababa el paseo y el jolgorio, llegaba el momento de quitarse los trajes de marinero que ya empezaban a pesarles y volver a la calle a llenarse la cara de churretes.
Hacer la Primera Comunión de marinero fue mucho más que una moda de temporada. Pegó con tanta fuerza que llegó a convertirse en una tradición, con la variante de la chaqueta azul, que le daba otro matiz al traje.
Los niños de los años sesenta y setenta siguieron eligiendo el traje de marinero, desafiando el bulo que decía que hacer la Primera Comunión con esa indumentaria te metía el gafe en el cuerpo y que cuando te llegara la hora del sorteo para el destino del servicio militar, tenías más posibilidades de que te tocara en la Marina. Muchos acababan decantándose por el traje de fraile, sabiendo que nunca acabarían en un convento. Que te tocara servir en la Armada era entonces una condena, equivalente a que te enviaran a alguno de los destinos perdidos del norte de África. Por eso rezábamos para que no nos tocara la Marina, que era la bola negra del sorteo porque significaba casi el doble de mili.