La Voz de Almeria

Tal como éramos

El cobertizo de Rodríguez Calvache

Se instalaba en el puerto y era uno de las barracas que se dedicaban al comercio de la uva y sus complementos

La barraca del puerto de la familia Rodríguez. Al morir su fundador José Rodríguez Calvache paso a manos de su sobre Juan Rodríguez Burgos.

La barraca del puerto de la familia Rodríguez. Al morir su fundador José Rodríguez Calvache paso a manos de su sobre Juan Rodríguez Burgos.Alejandro Buendía

Eduardo de Vicente
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Era una barraca, enorme, con el techo a dos aguas, de las que se dedicaban al negocio de la uva. Era el almacén de José Rodríguez Calvache, uno de los grandes empresarios que se instalaban en el puerto durante los meses de la faena. La oficina principal la tenía en la Puerta de Purchena, mientras que el cobertizo del muelle era donde se desarrollaba el negocio diario, con esa vida continua que generaba la exportación de la fruta al extranjero en los meses de verano y otoño.

La empresa ‘J.R. Calvache’, como se llamaba oficialmente, no solo vivía de mandar la uva al extranjero, sino que explotaba también la venta de complementos relacionados con la agricultura. Tenía las mejores algarrobas del mercado cuando este fruto era el alimento principal para los caballos, en un tiempo, a finales del siglo XIX, donde para el transporte mercantil y el de pasajeros en la ciudad se seguían utilizando las caballerías. En el almacén de Rodríguez Calvache tenían todo lo relacionado con la elaboración de los barriles, desde madera, arcos y los serrines de corcho que eran tan importantes a la hora de envasar el producto para que llegara a su destino en las mejores condiciones.

A los establecimientos de Calvache llegaban los parraleros desde distintos puntos de la provincia en busca de los pulverizadores modernos que tan buen resultado ofrecían a la hora de sulfatar las parras y evitar las malditas plagas que cada temporada amenazaban sus cultivos.

Eran buenos tiempos para el negocio, tanto que su propietario se permitió el lujo de enviar a su hijo Alfredo a estudiar a Inglaterra, donde estuvo aprendiendo idiomas durante tres años. En la Almería de 1898 eran muy pocos los comerciantes que enviaban a sus hijos al extranjero, salvo que se tratara de cerrar alguna transacción.

La muerte prematura de José Rodríguez Calvache, en enero de 1901, mientras estaba trabajando, fue un golpe duro para la empresa, lo que obligó a su hijo Alfredo a regresar de Londres para ponerse al frente del negocio. Como había pasado varios años fuera, necesitó el apoyo de su primo hermano, Juan Rodríguez Burgos, que llevaba tiempo trabajando en la empresa familiar y que no tardó en convertirse en la cabeza visible ‘J.R. Calvache’.

Los nuevos dirigentes siguieron los pasos marcados por el fundador y le dieron un nuevo empuje gracias a la importación de barriles fabricados con madera de la cuenca del Miño, que traían de una fábrica de Murcia. Al despacho de Juan Rodríguez Burgos, en el número 4 de la Plazas Flores, llegaban las peticiones de barriles desde los pueblos de Almería y era la propia empresa la que se encargaba de llevarlos a su destino y dejarlos en las manos de sus clientes si no podían desplazarse a la ciudad.

Traía de Sevilla, a bordo de barcos de vapor, el serrín de corcho más acreditado del mercado y el azufre sublimado, refinado y molido, de la Compañía Franco Española. Además, la empresa de los Rodríguez editaba un boletín diario en el que se informaba a la sociedad de todos los movimientos que se generaban alrededor de la faena uvera: los buques que llegaban y su destino, los que partían de nuestro puerto y la carga que cada uno llevaba.

Juan Rodríguez Burgos no se conformó únicamente con la empresa que heredó de su tío, sino que probó suerte en el mundo de los seguros, llegando a ocupar el cargo de subdirector de la sociedad ‘La Estrella’, que tanta popularidad alcanzó a comienzos del siglo veinte entre los propietarios almerienses.

Sus contactos con el extranjero le dieron pie a ejercer el cargo de vicecónsul de la República de Uruguay en Almería, un puesto que no le dejaba ganancias económicas, pero que le daba prestigio socialmente.

Como le ocurrió a su tío, la vida le tenía preparada una nefasta sorpresa. El 23 de enero de 1918, cuando solo contaba con 54 años de edad y sus negocios seguían alcanzando las cotas más elevadas, falleció de manera repentina.

tracking